Y aquella voz. Tu voz como corriente, tan vulgar, ajena en el eco del pasillo, entre las luces apagándose pelo a pelo. Sólo soy feliz cuando los demás me dan la razón. Y la razón es un espacio vacío. Pensabas que estaba allí pero no. Estoy respirando lento detrás de ti, tambaleándome también entre la borrachera del martes y la madrugada casi finita del miércoles. Nuestras andadas. Alcohólicos homónimos en simbiosis concurrente de pasos en falso y risas mentirosas. No me caigo por la cercanía de las paredes que parecieran caerme encima. Y los cuadros y afiches de tus diseños maravillosos que casi se caen al piso. Nuestra sala, desalumbrada con las sombras de una Caracas normal, tan común y corriente esta noche de amalgamas y pies descalzos para no despertar a tu madre que ronca en el cuarto de los niños que nunca pudimos tener. Esa bruja modorra que se cansa de su vida en la provincia como cansarse de un maratón en pleno sol de mediodía. Se cansa, arma sus maletas, toma el primer autobú