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Las bases del mercado en América latina (Ensayo largo)

Las bases del mercado en América latina

El modelo de dependencia se manifiesta en la mayordomia. El alquiler del espacio pautado como tuyo, empresario, como lo definió Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, al servicio de otras partes, que no son tuyas. No es el territorio que corre por los montones de casas, árboles, piedras, oro, petróleo, sino el producto final reconstruido, la lata vendida al que vende el hierro de la lata. Somos dependientes de los padres que nos “descubrieron”, los que consideran después de quinientos años que no hemos llegado, como lo anuncia la ilustración de Kant, a la mayoría de edad. Se crea la dependencia enferma de una inteligencia que nos negamos a nosotros mismos.

Son las familias que controlan, por decirlo menos, importantes medios de producción no nacionalizados en distintos países y que para su desarrollo abogan por la asociación con otros que no son para ellos nada, sino un ejemplo capital a seguir. No ha importado la decadencia de los pueblos en el ejemplo de los industriales latinoamericanos, que esperan y sueñan con departir gustosos los sabores de las millonadas en otras costas, centros comerciales, y en otros idiomas. No es la diversificación de la entrada de divisas, ni el apogeo magnánimo que con sus fundaciones muy bien mediatizadas hacen ver que son algo bueno. Son ellos el puerto, la lancha, la excusa para que los intereses extranjeros extraigan lo que sería bueno repartir entre vecinos, compatriotas, compinches.

La economía de enclave demarca en un territorio extraño lo que se quiere de él, y no deja el rastro sino del charco, el paisaje derruido. La cúspide de una burguesía que descubrió un negocio un día y no se preocupó por la acera del frente, sino por un pasaje de avión. De ellos emana la cultura en gran parte. Son ellos, es la burguesía un elemento creador de desarrollo, creador de bases angulares en la cultura de los países a la que pertenece. Si el país falla, algún reflejo caerá sobre aquellos que en su corbata destacan como sentencia, que no vale la pena pensar en lo que se tenga que construir, sino no echarse aire en lo ya construido.
La cultura como un hecho publicitario

De este lado del mundo el negro, el zambo, el indio, el blanco, el hijo de aquel que nada tuvo, el hijo de aquel que lo tiene todo. El consumo, el capital, la producción de la manufactura, la factura interminable. La reproducción de modelos que tal vez sirven. La cultura, fenómeno clásico de los pueblos, alma que identifica las naciones, los conglomerados humanos que se reclaman a si mismos una identidad. Todo lo que somos, el cómo comemos, el cómo vestimos, el cómo hablamos, escribimos, insultamos, la manera de utilizar los servicios, la manera de dar los servicios, el cómo cruzar la calle, el cómo hacemos a las calles que nos cruzan y que terminan ocupando, en honor al vehículo, casi el 70 por ciento del espacio urbano. La cerveza, el pantalón, la arepa, la chicha, la limonada.

¿Es cierto que en nuestro país la publicidad a hecho cultura? Su función simple, promover la venta de bienes y servicios. Los bienes y servicios calculados en un santiamén: la concepción de cultura como ente regulador del estereotipo. Es el estereotipo el concepto clave de la perversión cultural, pues se crea, no para generar en el sentido filosófico, sino en el práctico de recrear una conducta.

¿Es la definición del hombre, como valor agregado al mercado, lo que realmente es? Se intuye la huida de la voz moral que dice que somos lo que comemos, lo que vestimos, lo que tomamos. Somos lo que nos dice la cuña que somos. Hemos, el dios verbo que destaca lo que hasta ahora somos y que probablemente seguiremos siendo. La verdad irrepetible que en ninguna cuña sale ni saldrá: consumidores irracionales.

¿La publicidad se ha aprovechado de hecho irracional del hombre? En mis ratos libres pienso, ensayando una proyección, la estrategia infalible, la bola de cristal que me muestra el futuro en la conducta de mi hijo de cinco años. Su edad, formulada por su energía vital, acompaña los andares con estruendoso ruido, se cae, se levanta, se vuelve a caer. Grita, patalea. El descontrol de su energía inagotable, como una masa acéfala. Me preocupo. En un día de campo toma un palo cualquiera y lo tira a un lugar donde no hay nada. El palo no vale nada, el suelo insignificante – ni el monte lo ocupa – levanta una pequeña, casi indetectable nubecita de polvo. Lo reprendo. La madre en su angustia instintiva me reclama. La aparto en silencio y le explico que esta vez no era a nada, era un palo cualquiera lanzado a un espacio sin valor. Le digo que mi temor, en esa proyección hacia el futuro, me dice que en su violenta explosión de irracionalidad, por su corta edad, puede tomar algo que si importe y tirarlo hacia un lugar que si tenga valor.

¿Será que la historia nos hizo irracionales? Que la sabiduría popular nos salve. “Lo que es bueno pa` la pava es bueno pa`l pavo.” El escenario del mercado frágil. La segunda guerra mundial y el Plan Marchall desarrollaron una burguesía dispuesta a desarrollar a su país. La nuestra desde el principio de los tiempos ni se esforzó en subir el Ávila. La empresa cultural, el negocio general de la distribución de la riqueza, el desarrollo de la cultura se quedó en una orilla lejana. Se conformó el negocio con la gente, en su precaria educación, y revendieron el desarrollo.

Las cosas tristes de la sociedad, donde en una casa, un sábado, es más probable que tengan algunas cajas de cerveza que comida para los niños. El plan político, el plan de mercado, y los borregos que compran, ese bien y ese servicio que la publicidad promueve, que promueve la cultura que existe y predomina desde hace ya unos buenos años.

La publicidad como acondicionador de la propaganda generadora de estereotipos varios

La publicidad, en su optimista visión, establece los principios básicos de la argumentación para enseñarle al consumidor los productos que pueden solucionar sus problemas. La publicidad, en su forma pesimista, persuade al consumidor de una necesidad que no es tal, y no le da opciones sino órdenes de compra. La realidad establece que la publicidad, como hecho transformador de la cultura que a la final no transforma, sino deforma, crea los estereotipos sociales, hace una catira exuberante, un cereal mágico que convierte a los niños en súper héroes, para sorprender al león dormido de la población inocentemente mal preparada para el bombardeo de mensajes con los pantalones abajo.

La mujer, compañera, complemento. La publicidad la persuade, le crea el estereotipo de los abdominales, la sonrisa perfecta, los senos grandes. Le dice que un champú hará que los hombres, a su paso provocativo, caerán redondos a sus pies. La publicidad la viste con lo que tenga menos tela, le dice que fume, para ser mejor que el hombre, le dice que se tiene que ver joven, para gustarle al hombre, le dice como debe ser el hombre, y para el hombre, ella como objeto. El hombre también devino en objeto, en paradigma de los asuntos sociales que tiene que resolver. No tomes jugo, haz fiesta, vuélvete imbécil. Es la botella azul, la cadera desnuda, la mujer que solapada introduce una chupeta en su boca, es el hombre que maneja un carro extraordinario, que se baja los lentes, que viste en aquel lugar, que toma tal cosa para la flatulencia, que va a tal sitio a comer.

El niño guerrero. El espartano de la antigua Grecia con televisor, que baja de los acantilados, que tira piedras, que destruye a sus enemigos sin las pilas incluidas. El niño, el más inocente, el atontado del futuro que se sienta, ve tranquilo como un carro lo puede todo, se revuelca en el camino, levanta polvo, sube las montañas, y lo monta un muñeco, el héroe estereotipado, de rasgos caucásicos, que tiene una arma enorme que destruye lo que quiera. La niña, pobrecita la niña. Se queda en la casa, hace la comida en su horno Fisher Price, juega con Barbie a una reunión del té imaginaria, se toma el te imaginario y corre cuando su bebé de plástico llora porque se le mojó el pañal. La publicidad y sus principios lo apuntan. La publicidad le dispara a los niños porque no son ellos los que pagan.

Responsabilidad, relaciones, deberes de la publicidad

Debemos saber a ciencia cierta que es el mensaje, raíz, piedra angular de la comunicación. El mensaje es un producto no tangible e influyente que tiene un costo y una ganancia. Es un producto de corte informativo. Es un producto manufacturado por la mecánica comunicacional del intelecto. La publicidad es un hecho comercial, busca ganancias, y la ganancia está en la efectividad de ese mensaje. El empresario dueño del mensaje juega al alza. Se supone que el mensaje transmitido es el mensaje ganador. El mensaje se carga, codifica el paradigma, instruye al consumidor que consume el mensaje diciéndole que eso es suyo, que lo tome a costa de lo que sea.
Pero no solo de pan vive el hombre. Las virtudes del hombre quedan, como supuesto, en los cuentos reflexivos y en las anécdotas de la abuela. Se dice que lo que la empresa produce, cualquier empresa, debe tener un fin, aunque ínfimo, destinado al bienestar social. El ser humano es un ente social. La naturaleza en el principio de los tiempos no nos hizo la raza dominante del planeta a fuerza de billetes. La publicidad es el ejercicio de una empresa, que si por mil genera dividendos, por uno refuerza lo positivo. El ser humano, normal, siente la inclinación hacia lo bueno, lo estable, lo positivo. La publicidad y su deber social para la sociedad a la que instruye a consumir es recalcar los buenos valores, la justicia como interés primario de convivencia, la tolerancia como materia fundamental de entendimiento, la paciencia como la cobertura amplia de la razón. El desarrollo de la cultura no se hace con bebidas alcohólicas, ni con la “estupenda” compañía de los Power Rangers. Que nuestros ríos son navegables, que nuestra música es hermosa en su desarrollo, y no que solo por obligación a mansalva de una ley tenemos que transmitir los beneficios de la lactancia materna en cuñas para la televisión.

El desarrollo de la cultura es la evolución de la misma. La publicidad es un factor de la política, pues esta se define como el ejercicio pleno y conciente de la ciudadanía. La política es la manifestación ética y moral de los que conforman la polis, y la polis es la infraestructura que encierra a todos aquellos que hemos sido educados para ejercerla. La ciudad, el país, el pueblo, la casa, son núcleos, espacios territoriales donde los distintos aspectos sociales demarcan en la cultura de quienes los contienen, una corriente que los define, los escala y los reproduce. Somos la reproducción de un sistema. Y siendo parte de ese sistema somos responsables de educar; que nuestro papel comunicativo – publicitario, lo positivo es publicitable, pero que los grandes productores de leche para bebés publiciten un seno amamantando a un niño… - es de maestros, y es esencial.

Es la responsabilidad sabida de no contaminar visualmente las ciudades. El ser humano en busca del progreso ha sustituido lo verde por el multicolor cansado de las vallas, las letras luminosas, el gris hormigón. El hombre está diseñado desde su creación para una velocidad máxima de veinte kilómetros por hora. Por eso la tarea extensa de hacer grandes vallas de hasta nueve elementos, porque a la velocidad común y anormal promedio en la que va sería imposible captar ese mensaje ganador.

Es la responsabilidad con la verdad. No es la oferta que en un mes será el precio del robo. Ofréceme algo a dos mil, que sé que no cuesta quinientos y en un mes costará mil. Es la perversión del interés. Es la publicidad como entrenador político de la política del consumo, que no se diferencia mucho de la otra, pues es la misma para los ciudadanos – el palo insignificante puede ser algo de mayor significación. Es la política alejada del interés definido en el libro “Ética para Amador”, del filósofo español Fernando Savater, como “aquello entre todos”, es decir, que lo que realmente es un interés es aquello que beneficia a muchos y no a uno solo – eso se llama estupidez -, y la política de la estupidez individual se convierte en demagogia. ¿Es la publicidad una demagogia mercantil?

El ejercicio de las relaciones públicas en las empresas es directamente proporcional, al mal entendido, y por lo mismo al demagógico entender, al ocultamiento de la irresponsabilidad de éstas. El jefe quiere ganancias y será su preferido el que se las de sin que le genere a él una que otra molestia. Ahorrarle al jefe para que pierda algún otro es como vender gato por liebre. El Plan Marchall generó en la burguesía europea emergente después de la segunda guerra mundial que – por aquel momento – era mejor vender gato por gato, porque es lo justo.

Y a nuestro bravo pueblo la estupidez de querer decirles que son bravos pero que no saben lo que están haciendo. La Polar jugando a la miseria, pues en el desconsuelo, la depresión del obrero, está su gran ganancia. La publicidad ajusta su relación con el entorno pobre y le modela la conducta, no para que estudie, no para que se desarrolle, sino para que marque distancia de ese esperado desarrollo con una cerveza bien fría, y sin más nada en el estómago.

A las mujeres insulsas que le generan el conocimiento de que sus senos se caerán por amamantar a sus bebés, que perderán la figura esbelta que las hace deseables, que descartan la idea de la “fealdad” confiándole la alimentación de su infante a Nestlé; que por favor vean la película “Marcelino pan y vino”.

A la vida de aclamación de marcas, panfletos y folletos de vívidos colores, que nos amargan el desayuno por no tener como tener tantas cosas para usarlas todas a la vez. Amor con hambre no dura, mercado sin publicidad no existe, y el gran deber de la publicidad es transmitirles a todos los que caminan viendo sus miles de cosas, que sería bueno el momento más temprano para dejar de ser bolsas, y no la consigna perpetua de que hay muchos afuera, y el que lo agarre es de él.

José G. Maita

Comentarios

moralexis ha dicho que…
un libro de una chica que se encargó de descarnar la industria del diabólico marketing, destramando todo su enredada estructura y su infeliz producción. Ella se llama Noami Klein y el libro se llamó No Logo, que era entre otras cosas, un manifiesto antiglobalización. (Estoy seguro que el Mico-Mandante amaría esa historia). Pero el punto es: Klein luego de su investigación, de sus grandes descubrimientos daba unas declaraciones impresionantes. Decía que ella había explicado la consistencia del veneno de las serpientes, pero jamás pensó en la selva en que vivía. Viste? Un asunto de ópticas y realidades impera. Lo otro es irnos a vivir ya a la meseta del Churum Merú.

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