Qué pasó perro tonto que despiertas y ves en derredor la cama suelta, en paños calientes de la ducha que ensucia el piso, y la calma tomada de tu plato con adornos navideños, y el sonido clásico de la campanita que unta el ambiente de guirnaldas sueltas, que te rodean en la casa. Danco, calma tus ansias, reclama tu instinto una nota distinta, el acorde de la vez aquella que te measte en la cocina y te agarró con el periódico enrollado, y la carrera, tu cola, se cae, se revienta del miedo, ves la mano del hombre, tu hombre, que pega y no se despega de tu aullido transparente, se te pasó la mano en la galleta que te trajo ayer, y así es como le pagas. Mira, tu amo no se despierta, y son ya las nueve de la mañana, el sol ya salió, y no hay señal que te lo indique, que el paso de la noche por sus sueños pasó, que la sombra del descanso ya se fue, por donde vino, por esa misma ventana que te aturde hoy, que no cerraron anoche, porque habrá sido, le agarró la calma de la tormenta; le gustaba ver las gotas de agua pegar de los cristales, se le paraba al frente y no descansaba de inflarse con aire el pecho, peludo, casi como tú, perro tonto. Saca la lengua y revisa debajo, que no hay nada para ti, nada que te interese, las cholas y las medias de la semana, repetidas, tiesas del tufo, y las inspeccionas, te calmas con ellas las ganas de morder algo, y apuntas con tus ojos amarillos el ocre de tus ambientes, dentro de la casa, pero tu amo, tu hombre, ser humano, no se despierta. Aprovecha, la salida es larga y las escaleras dan sueño, más cuando es de mañana y los vecinos no se te atraviesan, porque hacérselo tú a ellos nunca, ni pensarlo. Los hombres como tu hombre sólo sirven para caminar, pero tú no te echas las bolas al hombro, y corres, trotas campante sólo por lo que necesitas. Tu nariz, negra, húmeda, te guía, debajo de las escaleras. Ves, aquí está la bicicleta, y la cadena para pasearte anudada en el manubrio. Y te recordaste otra vez, qué pasa, perro tonto, quién te pasea si no él, tu humano. Y te regresas, pensando que no se despierta, siempre tiene un sitio al que ir apurado, le reclamas un alarido, y te sobas con la mano que guinda del borde de la cama, y el aire que no para, se le habrá jodido el termostato. Está fría la mano de tu amo, parsimonioso, tonto como tú, perro tonto, que se te cae la baba entre las sábanas, y que suena así, el gato del vecino, no, mejor, la perra del vecino. Lo visitan mucho en las mañanas. Una mujer con niños chiquitos que le toca a la puerta. Pero también son tontos. Insisten, tú los ves por debajo de la puerta, llamándolo por el nombre de hombre, humano que son todos, y se van sin ser atendidos, y ladras, quieres hablar, cuando no eres tan tonto, cuando piensas que no lo eres, cuando estás seguro de que ellos lo son, porque su olor fresco de piel de macho te llega claro desde el otro lado de la puerta. Anda a ver que deben ser ellos otra vez. Qué fastidio, no les puedes decir nada, o porque tú eres muy tonto para decirles, o porque ellos lo son demasiado como para entenderte. ¡Ja! El más chiquito te descubrió, le carcomía desde que te oyó ladrar la primera de las muchas veces. Ya; hay que dejar de ser tonto, tu amo no se despierta y llegará tarde a donde quiera que vaya a ir, es seguro que tiene que ir a algún lado. Te vuelves a devolver, que ladilla. El aire sigue frío y la mano también. Mordisquea Danco, sólo un poco, más que un poco, y su amo no se despierta. En la almohada suda algo que no sale de su cabeza. Hay una repisa arriba que bota un líquido que sabe a cerveza. Las fiestas. Rememoras las fiestas, cuando ellos probaban la bebida espumosa y te bañaban con ella. Qué rico sabor, te hacía sentir bien después de un rato, ¿verdad? Pero qué, no hay fiesta, nada de lo que no sea ya costumbre, un partido, un ánimo del carajo, la final de algo que no es final porque siempre hay algo de eso en la tele. Te cansas de ver y escuchar el barullo de siempre, sin calma vas y tomas agua, también fría. Qué coño. Siguen los escándalos, pero son de otra cosa, no de fútbol. Deja ya las pendejadas, súbete, eso es, buen perrito, pero deja de mover la cola, no seas tonto, averigua antes que se despierte, pero deja eso, ve por detrás de sus orejas a ver si queda algo de la cerveza, pero cuidado con su cara. No aúlles, no es para tanto, la cobija no le llega a la cara y el frío es implacable, para qué preocuparte, no tiene suficiente pelo como tú, Danco. Que te quedes tranquilo, no pasa nada, termina de acomodarte que lo aplastas, y si se levanta de repente se arrecha. Así que mejor deja de molestar, deja de oler la cuerda que rodea su cuello y no te asomes en las cosas de la esposa que ya no están.
José G. Maita
José G. Maita
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