Boves descansa en una piedra prestada, con la sombra de un árbol que no es de él. Los mosquitos descansan en su mano como ella descansa en el mango de un machete. Boves fue un hombre común. Boves no quería ser animal. Decidió serlo para que nadie más lo fuera. Boves arrima la candela a su brazo partido. Boves no quería las lanzas, los escapularios y los chillidos gordos de la gente campesina. Boves amaba la tierra, vivía de ella. Boves amaba el país que le brindó hospedaje. Boves vive. Boves espera a su madre en un hospital del estado. Boves clama en su conciencia “del conocimiento no sean avaros”. Boves pretende surgir de la espada de aquél que lo acusó. Boves quiere salud, familia. Boves quiere estudiar de los filósofos, ingeniosos, científicos, críticos del pasado. Boves quiere aparecer en los libros de literatura. Boves clama, escucha. Boves reclama a los partidos el silencio aquel que le dejó sin habla un día, porque tenía la razón. Boves partió en dos la muralla, desconfianza, bruta, la cerca imperfecta del estupor de los cien días que le trancaron a la sombra tras unas rejas. Boves espera tranquilo a su mujer, a sus hijos. Boves quiere que el niño que de él salió aprenda a leer. Boves quiere que crezca siendo sano, analítico, vivaz. Boves quiere vivir, no quiere que lo maten. Boves no espera policías en su casa, vive bien. Boves cree en los derechos del hombre, de las razas, de las religiones. Boves desea mucho, menos ser asesino. Boves pensó pensando que el suelo no era verde, sino blanco en su corazón de sal, que la tierra pedía gritando la siembra de los recursos y la repartición de las bondades. Boves no cree en el privilegio militar. Boves no escupe para arriba, mamá, solo controla su fuerza, respira, más profundo cada vez, para no perder la paciencia. A Boves le simpatiza una revolución, pero ella le responde lo que él no le pregunta. Boves le destaca el pellejo arrancado del sudor diario del trabajo forzado, de la sociedad clavada en posturas personales, que no le hacen bien a él, ni a nadie, que no atrapan del vino lo mejor, sino el fondo de la botella vacía. Un uniforme para Boves que quiere pelear, Alí, como tú, pero tiene miedo también. No hay que tenerle miedo a Boves, si se le escucha, si no le subestiman. Hay que estimar a Boves. Boves tiene la fuerza asturiana de barlovento, de los ríos de Guayana, de los techos de Caracas, del vapor helado de los Andes. Boves canta en una mañana cualquiera que no le tiemblan las piernas, que se suena las narices de vez en cuando, y que no le alcanza para el pasaje. Boves estima, serio en sus postulados, que no está en sus planes volverse loco, que es malo violar mujeres, matar niños, el hambre, la basura en las calles, la desidia, el corrupto atracador, el hombre encopetado que hace abortar a su hija adolescente, los desmanes de las naciones grandes, el desperdicio de talentos, el enfrascamiento de posturas, y que le digan que los huevos de las gallinas de su madre son una estupidez. Boves se está hartando. El Boves antiguo aclamó en Bolívar la derrota de la ineficiencia, la ignorancia del verdadero ideal. Él lo entendió primero, aquél después. A Boves lo mataron por dejarse llevar. Pero hoy hay muchos Boves. Boves que desestiman la violencia como último recurso, porque no es tal cosa. Y de los olores diversos de la geografía, clama un hombre o mujer, que es Boves mismo, y no es la gran cosa. Esos bocetos desperdiciados de la propaganda, esos recursos del negro subsuelo, los ojos de los niños, las madres mal paridas, hijas, hermanas, madres de un Boves, uno que camina en la calle sucia, que bebe coca cola, le silva a la mujer que pasa, la novia, la esposa, el arrejunte de Boves. Un ideal que se murió por no dejarlo nacer y que se niega a dejar de intentar entrar en un mundo sano. La crítica de un Boves que no quiere ser malo, y te lo dice a ti, Estado, a ti, mamá, que mi mano negra no te arranque con sus uñas la risa – ¿cuántas madres, cuántos padres le cortan las uñas largas a sus hijos? – y te pise el pie del desencanto. Al sistema un rollo amarra, con una cabuya en la pata se lamenta Boves, que quiso ser libre a su manera. No es una lanza Simón, Ali, Hugo, Fidel, Ernesto, Carlos, es un lamento sin paciencia que grita porque no quiere, José Tomás, que le sigan metiendo el chupón en la boca.
José G. Maita
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