Para ahorrar papel. La ecología en su contorno. Ni de cerca. El micrófono como arma mediática. El periodismo desde la segunda guerra mundial, de ondas electromagnéticas rebotando por nuestro espacio. Veamos el titular del día y respondámosle. Imposible. Un pliego de papel con tinta, una cámara de televisión, con el receptor – aparato biológico de la familia de los sapiens sapiens que solo vive y muere para recibir información – hilvanado las ideas contrastadas, casi inútiles, en su cerebro comunicativamente encerrado. Pero la palabra informativa – cincel perfora cráneos y células – encarga a la atención, prófuga de la divina justicia, un calmante, una pastilla, un recreo con papitas y refresco. En radio nadie ve las caras de nadie sino los que adentro disimulan la entrada en escena. El mago de la fiesta se encorva detrás de la vitrina anti ruido con un cartelito que le dice al otro bolsa que habla que se acabó lo que se daba. El periodismo es una comuna de cuestiones, vagas, necesarias, imprescindibles, que se acumulan en nuestras cabezas una sobre otra, para dar rienda suelta a la comilona mayor de estímulos, desde el taranana aquel. Y calma. Los regazos prendados de amor, como quien no quiere la cosa, se trepan por los cabellos pensando talvez que cualquier definición sobre periodismo no sería más que una falta de respeto a la inteligencia del que esto escuche, lea, o vea, pues una cosa es lo que dice el diccionario y otra cosa lo que le venden al pendejo.
Por eso trato de ser serio en el asunto. El periodismo es uno solo – o debería ser ese que le dicen a uno que es pero…- y nos marca como marca el trauma, la mirada o la caricia. El periodismo es la foto de la viña del señor que se tomó cuando éste le preguntó a un fotógrafo como iba la cosa. Periodismo es el ejercicio de la difusión de la información, en cualquiera de sus géneros, y por cualquiera de sus medios, con la principal función de crear conciencia en el hombre para tomar la mejor decisión para la mujer, o viceversa. El tomar un lápiz – como ejercicio primario del pobre que le tocó la guerra de cerca y le dañaron su laptop los de la resistencia por andar con los que invaden -, o la imagen añeja, por no decir otra barbaridad, del hombre con la libretica, el sombrerito, la camarita, grabadorcita, cervecita, compañeritos, con el editor del diario en el pescuezo diciéndole lo que hay que hacer, para terminar haciendo algo parecido, no dista mucho del sistema satelital que abarca una pantalla semiredondeada y con el loguito que de broma se ve en alguna esquina superior, o el micrófono de una cabina. Es un complejo dilema el de la comunicación, el de llegar como se debe y serle útil al que lee, ve, y/o escucha, ese que llaman usuario, para que a través de las palabras que salen del periodista tome una decisión, sino correcta, por lo menos sensata. ¿Para qué ser periodista con semejante responsabilidad? ¿Para qué serlo si no le vamos a parar pelota a la reacción de la acción - parida - entre el contubernio del hecho sensible a ser transmitido, y la interpretación de nuestro sexto sentido?
Ser periodista, en radio o donde sea, en mí, no tiene una enorme diferencia. El cumplimiento insalvable de ese mal que llaman remordimiento, intocable ola carbónica – pónganle un punto y aparte al Apocalipsis por favor – que se me viene encima por ser, específicamente en la radio, el inmediato abre boca para lo que venga, y pregúntenle a Orson Welles de la que se salvó. Radio alternativa, radio presente, radio causante, diligente, radio del estado, radio del empresario, radio del amigo, del enemigo, del revolucionario, del contra, de la antena en lo alto, del Internet por lo bajo, radio del subterfugio, radio que refugia, radio campana – ¡y arrancan! -, radio del común receptor que te prende y apaga, que le fastidia lo embasurado del televisor y le da flojera ir al kiosco. Ser periodista en radio para mí es ser, como en cualquier otro de sus frentes, un formador de opinión, solo que la improvisación daría para cosas más exactas que lo que acabo de decir.
José G. Maita
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