Si
todo tiene un revés
yo
me pregunto
¿Cuál
es el mío?
En
qué fecha impensable
he
de matar un pájaro
he
de pisar una flor
Qué
día imponderable
ese
revés
se
adueñará de mí
del
amor que me hará abjurar
¿Se
podrá volver a ser
al
dejar de ser uno?
(Revés,
Earle Herrera)
Yo nunca entendí las dimensiones
del juicio. La mesas y las sillas, ok, no estaba demás armar el parapeto para
que la cosa saliera en televisión de una manera medianamente decente, pero el
trasfondo del juicio, lo sumarial, rápido y antojoso. Había leído en alguna
oportunidad aquello del fantasma del fascismo en la sociedad moderna. Algún
profesor de la uni había descrito tal movimiento visceral de la humanidad como
un monstruo agazapado. Irreal e ingenuo pensar que desaparezca, dijo. Al igual
que ahora, entre manteles blancos y centros de mesa, y adornos de vidrio
delgado y chimbo, entre pasos y sudores de tanto ir y venir y bajar de los
camiones los elementos definidos de la puesta en escena, había una ligera, como
decirlo, reciprocidad ante esa inocencia izquierdosa que plantea que en algún
momento nos entendamos. A raíz de eso me alejé de toda ideología posible.
Decidí quedarme metido dentro de mis cuadros, repasando de ser posible alguna
tentativa de movimiento, dándome cuenta – cayendo en el mismo torpe saco – que
todo parecía ya inventado. Así que me puse a llover sobre mojado, a pintar como
me diera la gana, a trabajar a destajo en Mc Donalds, o como repartidor de
paquetes, de barman en alguna discoteca, o en la misma universidad donde me
gradué de algo que ya no sé qué es y si algún día encontraré empleo para
servirme a mí mismo. Entonces un día, pinté un cuadro. Tres metros por dos.
Parecía un afiche gigante. Sin caer en términos muy técnicos sobre la mezcla de
materiales a utilizar, pinceles o esponjas, resumamos que utilicé algo que le
vi a algún otro artista plástico – cosa que yo nunca llegué a considerarme – y
que si vamos a copiarnos movimientos, hagámoslo con gusto. Utilicé simplemente
chimó pasado en agua. La textura del material era interesante y te daba el
caché de manipularlo con los dedos. Y lejos de lo que pudiera pensar la gente,
al final de la jornada, no olía a nada. La cosa me salió natural, y fue por
momentos algo que no trascendía más allá de lo práctico. Un acercamiento a un
hombre leyendo un periódico. Fondo blanco y el resto atenuaciones y
aseveraciones de la mezcla del chimó con el agua. Debo decir que las letras me
salieron perfectas, en forma y perspectiva – el periódico se ladeaba en la
esquina superior izquierda hacia adelante, o en este caso, hacia quien viera el
cuadro – y en él podía leerse un titular que decía “SE ACABÓ EL…” y allí se
caía la hoja y no se veía qué carajo fue lo que se había acabado. No daba más
detalles del asunto, no por flojera, sino porque no quería seguir hurgando en
esas posturas políticas incómodas que lo que terminan generándole a uno son
enemigos. Entonces se me ocurrió tomarle una foto. La imagen rodó gracias a la
diligente buena intención de unos amigos, y fue esa la imagen por la que me
llamaron a este juicio. Ojo: el condenado no era yo.
“El juicio del año se llevará a
cabo en las inmediaciones de la Universidad, y contará con la presencia de
diplomáticos de varios países, personajes de la farándula, la política y la
cultura nacional. Por supuesto, los detalles podrá verlos aquí en esta canal
durante la transmisión en vivo de…”
-Reducido a golpes.
-Yo la verdad no me voy a poner a
estar divagando sobre formalismos morales. El tipo hizo lo que hizo, y de pana
que con todo lo que pasamos, esa vaina es un crimen. Por mí que se lo cojan.
-Que si lo hubiera agarrado el
abuelo mío en sus tiempos. Mira tú a ver si le sacaron las uñas.
-No – se echa un palo -. Como que
las tiene completicas.
-No joda.
-Un doble cedulado que se preste
para votar doble para darle continuismo a un gobierno salvaje como este, no se
puede. De pana.
-¿Por fin dónde vamos nosotros
papi?
-Por allá mamita. Cerca del
cuadro grandote ese.
-Pero de pana que le quedó
arrecho el cuadro al carajito ese.
-Si vale.
-¿Qué me dijiste que fue lo que
usó?
-No me acuerdo. Pero en cualquier
momento llega y le preguntas. Así lo conoces.
-Coño, pero esta gente si se
tarda en llegar. Todo el tiempo la misma vaina.
-Buenas noches damas y caballeros
– golpecito al micrófono -. En cualquier momento va a dar… - aclara la garganta
y corrige -, en cualquier momento se le va a dar inicio al primer juicio,
también llamado por nuestro querido presidente del jurado, la punta de lanza –
estruendosos aplausos – de lo que será la purificación ideológica de este país.
-Coño. Al fin. Ahora dónde estará
la mesa catorce.
-Yo me había guardado el papelito
en el bolsillo. Como que lo dejé en el carro.
-Tú todo el tiempo botando las
vainas.
-Hermanito disculpa – toma por la
muñeca a un mesero -. ¿Será que me puedes facilitar un cenicero para apagar
este cigarrito?
-Shhh (esta gente será que no se
puede sentar en silencio. Recuerdo yo en una conferencia a la que asistí en
Munich el año pasado sobre la nueva Inquisición, y la gente en una cosa así
como esta, se sentaba tranquilita. Y mira al bicho aquel ¿ah? ¿Sabrá la mujer
que vino con la carajita esa?)
-Dale por aquí mamita. Guárdame
el puesto que voy al baño un momentico y vengo.
-Apúrate mira que esta gente me
da miedo – el bicho se ríe.
Siempre pensé en mi tío Rubén
cuando me dijo hace un bojote de años lo que son las cosas de la vida. Él vivía
siempre metido en un lío distinto. Una vez que andaba por allá se me ocurrió
irlo a visitar. Resulta que la que era su mujer en ese entonces, no me acuerdo
del nombre, estaba enferma de un asunto que tenía que ver con la tensión.
Recuerdo clarito la clínica – u hospital, no recuerdo si era público o privado
– con paredes blancas y un patio interno con una fuente donde en la punta se
vestía de gris una Virgen de la Candelaria, todo lleno de helechos que colgaban
de los muros del piso superior. La luz daba un aire de película nostálgica de
guerra. Y enseguida me puse a recordar historia mientras caminaba. Fue en ese
instante cuando se me ocurrió en uno de esos destellos creativos inoportunos,
entre lo que había leído en el artículo – creo que fue una crítica de cine de
Ángel Fernández-Santos – y las palabras del profesor. Todo se me cruzó de
repente mientras empezaba a levantar el brazo para tocar la puerta de la
habitación dos cero siete. Nunca lo hice. Nunca le di excusa alguna a mi tío.
Menos mal. No es la primera vez en la
-Señores – golpecitos… -, señores
–…al…-, señores por favor –…micrófono -. ¡Orden en la sala!
-No es una sala mamaguebo. Es un
salón de fiestas.
-Esta gente de pana que no se
está tomando la cosa en serio.
-Déjamelo a mí – se levanta, toma
el micrófono para batutear la orquesta -. En nombre de la libertad, ese
concepto que hoy es más firme, fuerte y trascendente, como nunca antes en este
país, quiero darles la bienvenida a este emblemático lugar – son recuerdos a
veces prendados de intenciones vagas, de una bulla repentina, de un sonar de
campanas, de los flashes, de las viejas costumbres – que siempre ha estado abierto
para que sirva de ejemplo, de una vez, por todas, del final de una historia que
no debe volver a repetirse.
Aplausos.
-Acompañados de lo más granado de
nuestra sociedad, tenemos que sentirnos orgullosos de hoy, nuestro más grande
logro.
Llegué entonces a la casa y todo
había cambiado. Como no tengo televisor y hace tanto tiempo que ni me importa
la prensa, no me tomé la cosa como debí habérmela tomado. Y comencé el proceso
más intoxicante de mi vida. De pana. Vomité como un loco por tragarme el bendito
chimó. Pero también por todo lo que fue el ensimismamiento creativo de aquella
pintura que tenía en la cabeza. Hice varios calcos al principio en un block de
dibujo que tenía por allí desde primaria, hasta que por fin di con la clave
cuando mi hermana, en una milagrosa aparición, apareció con el periódico
preguntándome cómo estaba todo.
-Bien. Aquí. Pasándola de lo
mejor.
Ella se me quedó mirando – mi
hermana tiene una forma muy particular de mirarlo a uno, como succionando
palabras de mi boca, respuestas inaccesibles – con los lentes de sol caídos en
su nariz. Nunca pude soportar el peso de aquellos ojos fantasmales.
-O sea – hizo una mueca, una
risa, y un sonido raro – que no estás enterado de nada.
-No.
Yo, la verdad, desde que tomé la
sana decisión de mantener una raya de, hasta ahora, aparente solemnidad y
equilibrio, “he vivido una superflua tranquilidad”, le expresé en tono poético.
Terminé por irme directo al baño mientras ella se dedicaba a hablar sin parar
sobre los que, digo yo, serían los más recientes acontecimientos en el país. Y
la verdad es que no estaba de humor para historias: todavía el tema de la
pintura, si bien el concepto lo tenía claro, no lo había resuelto.
-Y cómo está mamá.
-No sé.
-¿Por qué no sabes?
-Bueno mijo. No es que no sé. Es
que no sé hasta qué punto habrá actualizado su estatus de “ser y estar”. Lo
último que supe es que se había ido a un paseo con mi tía Reina y de allí no
supe más nada.
-¿La llamaste por teléfono?
-¿La llamaste tú?
-Tengo el teléfono cortado…
-Con este desastre que tienes
aquí mijito, no me extraña.
Total que ella agarra y se
instala de lo más chévere en la sala y se pone a leer el periódico. A pesar de
lo poco que nos vemos, para evitar malos ratos, entre ella y yo existe un
entendimiento que no he logrado tener con ninguna otra persona. Nos conocemos
tan bien, que con pocas señas, movimientos o expresiones, podemos entablar
conversaciones tan profundas que dejaban sin sentido el uso de palabras.
Imaginé entonces que por la pinta que cargaba – solo me cubría con una toalla –
ella intuyó que estaba en uno de esos vaivenes creativos. Sin embargo, por
conocerla tan bien, entendí la naturalidad con que se sentó oronda en el sofá a
leer el periódico mientras yo me metía en lo mío. En una de esas volteo, y la observo
detenidamente. Me distraigo por un momento con la lluvia al fondo, vista desde
los paneles del ventanal, y con el vapor húmedo del golpe con las superficies
calientes. A veces, cuando observo a mi hermana, entro como en trance. Alguna
especie de ensoñación. Y casi todas las veces, esa visión de mi bella hermana –
no confundir mi objetividad estética con incestuosas intenciones – venía
enmarcada bajo esos fondos aurales, o rodeada de murales de flores o bellas
pinturas como las que hacía mi papá en la casa. Lo cierto es que al verla y
disfrutar por segundos de todo aquello, observo el periódico, el doblez. Fue
allí, con ella y sus piernas recogidas en mi sofá, el doblez del periódico con
la noticia contundente del día que había querido ignorar, cuando la casualidad
intempestiva me hizo gritar algo que sonaba a Eureka y que mi hermana respondió
con una contundente risa.
-Piazo e loco.
-Se hace lectura al informe
emitido por el Ministerio Público, que describe lo contendiente al caso aquí
presentado – el hombre fue atado a una silla, y elevado por cadenas ante la
elegante turba que aplaude y azota las mesas con los vasos y copas -. Todos
aquí reunidos, ciudadanos de ejemplar trato – aumenta el vozarrón al final para
llamar la atención -, estamos conscientes de que un hecho trascendente e
histórico como este no puede pasar desapercibido. (Pausa) Los señores que están
sentados a mi izquierda, pertenecientes a la variopinta mezcla que hoy reúne a
lo más granado de la sociedad, son los escabinos que tan gentilmente han tomado
parte de su tiempo para dar lugar a este juicio. El ciudadano – parecía
proseguir con una lectura sosegada, pero a ratos la interrumpía para ver
fijamente a los presentes sin parar de hablar o tal vez añadir elementos al
papel – aquí presente y de nombre tal y tal ha sido encontrado culpable. De eso
no debe caber la menor duda. A pesar de su estado deplorable, el cual tiene su
explicación lógica pues los momentos que vivimos requieren acciones que en
momentos de normalidad serían simplemente aborrecibles – indignantes,
denigrantes, horrendos, despreciables -, pero que dadas las circunstancias, hay
que asumir una responsabilidad ante el país. Por años hemos sufrido – parece
volver al papel, pero – los abusos incontables de un gobierno malsano que
interpuso los intereses mezquinos de sus dirigentes a los del pueblo aquí
representado por todos ustedes. Varias veces fueron asiduas las sospechas de
que dicho régimen torcido y deleznable hizo de las suyas con los resultados
electorales, esos que en más de una ocasión sospechamos favorecían
indefectiblemente a la mayoría de los ciudadanos. Dichas cifras, pudieron ser
infladas de distintas maneras, y una de ellas, tal y como lo han reflejado las
más recientes investigaciones, realizadas por los mejores investigadores en la
materia, es el fenómeno fraudulento de la doble cedulación – levanta la cabeza,
y pareciera su cara tomar la forma inequívoca de la - ¡Y esta plasta de mierda
que está aquí – lo señala, su brazo tiembla – es el primero que hemos atrapado!
-Qué ladilla con este carajo.
-Ya me dio hambre.
-Pero acabas de comer.
-Y tan buena que está la novela.
-Chica. Ten paciencia. Yo te dije
que la cosa se va a poner buena en un rato.
-Ya la cosa como que no me está
dando gracia.
-¿Y cómo van a tener a ese hombre
puesto allí?
-¿Viste el cuadro ese tan feo?
¿Quién habrá pintado esa porquería?
-Shhhhh.
-Parece que se meó.
-Huele como raro aquí. ¿Serán los
camarones?
-No. Los camarones no son.
Quiero ser sincero. Esperaba una
mejor bienvenida. Por lo menos que uno de esos mesoneros me acercara una copa. Toda la gente, algunos de cara
conocida, estaban distraídos ante el espectáculo. La sed se me fue por donde
vino. Vi la pintura colgada allí: grandota y superflua, mezclada con todo.
Cuando vi al hombre guindado, encadenado a la silla, con moretones y manchas de
sangre, también lo reconozco, se me hizo tan normal. Fue cuando pensé en el espectáculo, en la inexorable reflexión política
del entorno, la vida y toda esa paja loca. Pensé y pensé en mi papá, en sus
pinturas, en los cuidadosos mimos de la vieja que no sé de ella porque tengo el
teléfono cortado sin saber por qué porque tampoco se puede decir que vivo
pelando ni nada. Mis gastos son mínimos. Mis gustos modestos. No tengo perra
que me ladre ni me chulee, así que no hay excusa para no llamar a la vieja,
para no recordar con cariño a papá y sus naturalezas muertas, para aborrecer el
show de la madre que nos parió a todos en medio de la sangre y la mierda, del
porvenir a juro por un tubo, de la pintura apoyada allí, con las cámaras
rodando y el programa en vivo a destiempo.
-¡Que traigan los caballos!
Recordé cuando por idiota me
tragué el chimó. La explosión de la pea y ahora en el baño, vomitando como la
primera vez de tan solo recordar la sensación de la garganta tensa y el
estómago pujando. Alguien me dijo que me aguantara, que la cosa está
comenzando. Y rió. Rió con el escabroso trino de los que ya no sienten necesaria
la humanidad. Las estatuas están despiertas, y vuelven a mi mente los cuadros
de mi papá. Los trazos de su pincel mientras yo lo veía. Una vez mi hermana le
lanzó una pelota. El mango, perfectamente delineado entre rojo difuminado a
amarillo, sus curvas, sus pequeñas pepitas negras, la sombra sobre la mesa,
todo se fue al carajo con la marca de la pelota de mi hermana. Así llegó a la
exposición. Los especialistas miraban con curiosidad. Estupefactos. Idos del
alma y el contexto. No se les ocurrió nunca que era una pelota tan nada como
lisa. Tan cualquier vaina de goma inflada, desvariada de colores. Que mi
hermana la lanzó para que mi papá le parara. Y él solo le devolvió la pelota y
la abrazó y se carcajeó con ella. Y yo indignado porque había dañado la
pintura. Yo sin entender, como cosa rara. Y me miro en el espejo ahora y trato
de ahogarme con el agua que me llevo a la cara en cuencos con las manos. Allí
está mi cara. Mi pintura afuera. Mi paciencia no sé porque también el culillo
siente y jala hacia la pasividad, al control, la conduerma. Tanta gente
disfrutando de la vaina. Oigo los gritos. Los silbidos. Los vivas
descontrolados. Es que, es que no quiero ponerme reflexivo.
“En estos momentos como ustedes
nuestros queridos televidentes podrán apreciar se están acomodando los caballos
para comenzar con el proceso de descuartización, el cual era muy utilizado por
los conquistadores españoles como castigo ejemplar a los rebeldes aborígenes de
la América colonizada. Cabe destacar que en una reunión a puertas cerradas se
pensó en algún momento utilizar la crucifixión como método de para la aplicación
de la pena capital por crímenes contra el país. La misma se descartó pues se
pudiera establecer algún vínculo con nuestro señor Jesucristo”.
-Coño. Ya sería justicia que
acabaran con esto de una vez. Ya me duele el culo de tanto estar sentada.
-Mira al coño e madre. Ni se
queja.
-¿Será que tiene conciencia esa
mierda?
-Papá. ¿Y qué le van a hacer a
ese señor?
-Yo le dije a ella que viniera.
Quién la manda a ser tan babieca.
-Mira, mira, mira.
-Qué, qué, qué.
-Panita por favor. Será que me
puedes conseguir un platico de esos con tequeños. Yo te paso una vainita pa los
frescos.
-Disculpe. Tiene un yesquero que
me preste. Gracias.
Corrí como nunca. Tenía tiempo
que no lo hacía. Fui hasta allá, traspasando los pasamanos de las escaleras,
las mesas, la gente, los guardias. Pasé por encima de todo y logré con el
yesquero prender en candela la pintura. La visión del fuego distrayéndolo todo.
La gente corriendo. Pensaron que yo era de los otros cuando sentí muy en el
fondo que no era de nadie, ni de idea alguna. La candela encendió el miedo de
los caballos. Huyeron hasta donde pudieron. En los monitores la trasmisión pasó
a mensajes comerciales.
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