Llega a Guayana como invitado especial
del 9no Festival Mundial de Poesía
Reflexiones literarias, sociales y
políticas de William Ospina
(J. Gregorio Maita) A William Ospina lo mueven cierto tipo de paisajes,
colores, olores y gentes. Desde ese fastuoso 2009, cuando ganara uno de los más
prestigiosos premios de las letras hispanoamericanas, el Premio Internacional
de Novela Rómulo Gallegos, y a través de El País de la Canela nos transportara
al viaje inclemente de la barbarie colonizadora en busca de tesoros utilizando
por mapa leyendas, recorriendo los profundos rincones del continente.
No
estaría de más decir lo irónico de su visita a Guayana, regida por el Orinoco,
hijo mayor del Amazonas, por el cual buena historia de encuentros, gestas y
sangre aborigen corriera en sus tiempos, desde que Diego de Ordaz usara la
masacre como principal herramienta diplomática, hasta estos contemporáneos
horizontes donde la moderna industria lucha con la humanización de una ciudad
que todavía reciente los viejos modelos hegemónicos.
Ospina,
siempre claro en sus conceptos, lleva en su arraigo la conciencia del hombre
sudamericano, de su conexión con el espacio habitado, y el agua sedimentaria de
nuestro río padre, una vez hecho el saludo desde el malecón de San Félix, que lo
dejara conmovido. Pero horas antes, recién llegado, tuvo en la Librería del Sur
de Ciudad Guayana un agasajo en el cual pudimos compartir algunas impresiones
de la nueva hora que vive Sudamérica, entre otros temas.
Explica
el escritor colombiano, a propósito de algún pasaje de El País de la Canela que
“estamos tratando de superar el desafío de crecer en un mundo conquistado por
una cultura que se impuso sobre otras, con gran violencia y con gran capacidad
de negar los talentos, y refinamientos de las civilizaciones nativas”.
Los grandes brazos de la literatura y el
arte
Hablar
de caminos literarios con Ospina resulta necesario. Revisada su trayectoria,
encontramos un escritor integral que bien se ha paseado, de forma exitosa, por
la poesía, el ensayo y la narrativa.
“Son
necesarias las tres. Al comienzo sólo escribía poemas por la sensibilidad y la
emotividad de la juventud, un poco movido por la timidez. Pero ya para escribir
sobre lo que piensas, sobre tu manera de ver el mundo, se necesita un poco de
madurez y disciplina que requieren los libros extensos”.
Así
habla él de su camino andado, llevado de la poesía al ensayo y del ensayo a la
novela, sin sentir incomodidad en ningún escenario. Resalta que cada uno de ellos
tiene su función porque “hay cosas que sólo pueden decir los poemas, o los
ensayos, o que sólo pueden expresar los estados del alma y la conciencia por
largos relatos”.
Pero
dentro de esa reflexión con respecto a las artes, Ospina se pregunta “¿Será que
somos nosotros los que buscamos los lenguajes del arte para tratar de entender
la realidad o a nosotros mismos, o serán los lenguajes del arte los que nos
buscan?”. Explica entonces sobre el proceso del artista, esos individuos con
algún talento innato que “sólo la cultura y la educación pueden fortalecer y
depurar”, pero que de alguna manera, ese llamado se encuentra allí, primigenio,
recalcando que a través de la sensibilidad y la creación “estamos interrogando
al mundo y encontrando respuestas nuevas todos los días” a ese mundo que
habitamos.
La madre negada
Un
personaje sin nombre, quien sirviera como guía en El País de la Canela, refleja
con dolor el pasaje de reencontrarse con el punto de partida: su madre india
muerta. Negarla por su origen fue la comparación tácita al que Martí hiciera
referencia en su ensayo Nuestra América. Este hombre, hijo de conquistador,
iría a perseguir una herencia encontrándose con un laberinto que lo escupiera
como si nada a su origen, muy tarde tal vez para el consuelo.
“El
triunfo europeo nos mantuvo en la incapacidad de tomar posición de la plenitud
de nuestro mundo. Pensábamos que pertenecíamos a un mundo de segunda categoría,
a una región subalterna del planeta, que la verdad estaba en Europa, que la
cultura estaba en Europa”.
Su
opinión es certera acerca de la cultura y la necesidad de madurar a nuestras
sociedades y enriquecerlas tomando posesión de lo que somos como americanos, en
esa mezcla innegable europea, de la que heredamos algo tan importante como la
lengua.
“Necesaria
es la transformación de ella en el contexto americano. Ella ha tenido que
conversar con los ríos, los bosques, con la fauna, la flora, con los climas,
con los suelos para convertirse en una lengua nuestra, para que no fuera siglo
a siglo la lengua prestada que nos dejaron los enemigos al irse”.
El
problema de reconocer el mestizaje ha hecho, explica Ospina, más difícil
nuestra conexión natural con el territorio que como indoamericanos habitamos,
para así entender en sus potencialidades las respuestas originales que todavía
hoy podemos darle a un mundo que está viviendo unos desafíos que los países
privilegiados no pueden afrontar. “Nosotros, como decía Bolívar, somos la
síntesis de la humanidad”.
El arte y sus lenguajes
En
medio de tantos libros, con piezas autóctonas sacadas de las manos de artistas
locales, Ospina en la conversa aspira a tocar un poco esa quintaescencia de los
que lo rodean con anécdotas históricas de la contradictoria Guayana, y siempre
en su cara se muestra la emoción por conocer sus representativos parajes.
Es
allí, en tan particular librería, donde es justa la pregunta sobre su
percepción sobre la política editorial del gobierno bolivariano. Alguien da el
ejemplo de un libro titulado “El Libertador con el periódico en las manos”, de
Roberto J. Lovera de Sola, que se podía adquirir al precio de dos bolívares, un
costo menor al de un pasaje en microbús.
“Si
hay algo que hacer hoy, es poner al alcance de la mano de la gente toda la
riqueza cultural. En el mundo se producen libros, basados en este pernicioso
modelo del mercado, para que sólo los lean unos pocos. Sufrimos todos los días
de los espectáculos, los escándalos mediáticos y la frivolidad pública que
tienden a arrojar un velo de sombra sobre la tradición cultural, el pensamiento
y las grandes obras de creación. Por eso me parece buenísimo que aquí en
Venezuela se tenga en cuenta este tipo de necesidades”.
Critica
mucho la limitación editorial sobre “los grandes libros del mundo”, pues se les
somete a una circulación limitada de 5 mil o 10 mil ejemplares cuando “hay
millones que los necesitan”. Afronta así la lucha contra el infotenimiento “que
termina haciendo culto a la facilidad, cuando debemos saber que no podemos
alcanzar grandes cosas sin esfuerzo”.
Foto
leyenda:
1-.
William Ospina en la Librería del Sur de Ciudad Guayana.
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