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Los Extremos (Ensayo corto)

Chávez es ilegal por muchas razones. Circunstancias del tiempo en el que la sociedad se descompuso por comentarse, la falta de sesos, por los diversos conjuros de la psicología y la permanente visión política que busca, ante todo, un divorcio con lo social. Por eso el periodismo danza. Recoge su falda extensa, coge miedo en las bruces de su borde que mira abajo, y lejos entiende un letrero oxidado, blanco con letras negras, que la ética cayó aquí, y el que la quiera, mátese. El mundo al revés inunda a mí país, y la huida provoca cansancio generacional. Vámonos piensan mis piernas. Desecho las alpargatas por un momento para probarme los Adidas que me dijeron que eran más cómodos en la universidad. Aclaman mi valiente razonamiento con aplausos que se extienden a lo largo del pasillo central del edificio del centro de las aulas que están a la derecha del padre. Me acumulo a mí mismo, no sé, no quisiera saber nada para dormir en paz, porque si bien la bituminosa vanidad quiere salir de paseo por mi boca, sin frenillos aunque los necesite, no logro la paz al dejarme caer por no ser parte de la sociedad que me rodea en el efecto de falso consenso, ni al bailar arrastrando mis cómodos zapatos por el piso firme y frío de aire acondicionado. Tarzan, viene a mi mente la lúgubre condición de rey de la selva jalado por caballos por sus bronceadas extremidades. Y me miran feo, de reojo con los dientes afilados por no lamber de los libros recomendados, de las cualidades de los sistemas vencidos que no se dejan sustituir, y de los reflejos de las ventanas empañadas de sudor espeso. Entonces enloquezco por segundos, y que mis hijos me perdonen. La naturaleza de la bestia – yo mismo soy – se compone de pedazos ausentes de humanidad. Siento un dolor en el cuello, pues en mi avaricia repentina mis pies han crecido, y me aprietan los Adidas y necesito unos nuevos. Por eso, mientras pienso en cómo obtener el capital para gastarlos, reduzco la despensa familiar, limito la dieta de los míos por el afán del baile y la alharaca de los reales con la lengua afuera, la ilegalidad de Chávez que devoro con ansiedad… La mirada y los dientes, el sudor y las colas ardientes de las muchachas que ya no me miran con pena, que pobrecito que tiene miedo de adaptarse, que la catolicidad del pie que le aprieta y el frío lo arropa con hielo y las raíces que nunca tuvo Gracias a Dios, con su media clase de bajo perfil, su privilegio de pisar la universalidad con el testigo en la mano de la caridad del Estado. Ellos, ellas, esos, esas, me miran con benevolencia y piden de mí las sobras de las páginas a medio masticar. Abro mi boca rellena de una pastosa saliva y cuando me niego a deglutir veo la puerta de la salida y corriendo a ella descalzo boto la sobriedad. Ya casi me tienen cuando el rayo que alumbra el letrero de Vía de Escape, con la flecha roja, me jala por los hombros y me lanza a la calle donde automáticamente me recuesto del poste verde a descansar de la rabieta. Sacudo los restos del zapato caro y veo en la desnudez del dedo chiquito del pie una hormiga que carga una hoja. Le veo mientras siento el calor que pone a temblar mis rodillas, cuando a mi espalda un grupo de gente con uniforme colorado apunta sus dedos hacia mí, y un letrero que me nombraba Cobarde, con letra bonita y suculenta estampa.
Chávez es legal por muchas razones. El descontento, los ánimos caldeados, y la sopa humeante del control sobre los que no pueden y quieren. El país carcajeado de cerveza y música a todo volumen, una copa más y una menos, todo con los libros de los best seller, Paulo Coello y el nescafé. Las faldas y la proliferación de iglesias donde muchos predican sin el ejemplo y sin tener la más mínima idea de quien fue ese filósofo crucificado. No corren, sólo avanzan lentos en los vivas y la patria colmada de bendiciones y de promesas de bienestar. Alegan que la salud es importante, aunque antes, mucho antes, para sus dirigentes no lo fue. Que no importa nada, que el Estado obtenga todo el poder que necesite, siempre y cuando garantice la libertad positiva que el liberalismo se llevó. Por eso me levanto, pues al no tener sino los rastros de un zapato que no es la alpargata que me quité hace un rato, bla bla bla. Me paro, y sigo viendo como una cámara que llega, prende su luz roja y es apedreada. No son violentos, sólo se dejaron llevar momentáneamente por el afán del triunfo, el legal que dicen que es ilegal porque ellos son brutos y estos el componente interesante de la sociedad leída, llena de revistas y publicidades de Pantene. El dedo de Dios me apunta con un rayo en la caverna. Su entrada y su luciérnaga perenne que espera mi llegada. La idea con luz natural, blanca y fría me invita al escape. El momento de correr y no corro porque en las pesadillas cuando son buenas es así. Una fuerza invisible llamada mercado me traspone al sol que apenas se deja ver detrás del nubarrón por donde salió el rayo que cayó en la puerta de la caverna donde revolotea la… y la cagada del momento cuando a medida que miro los veo más cerca. Soy traidor, dónde coño están mis alpargatas. Las dejé, se me perdieron, solo iba caminando y no sé qué fue lo que pasó. No sé, de pana, un malandro, o se me cayeron cuando subía las escaleras del barrio donde no vivo. Un embuste, una excusa. La revolución del planeta no está aquí, pienso, porque necesito saber dónde está. Porque ser medianamente eficiente a completamente incapaz no es mucho que se pueda decir. Son casi la misma cosa. Hay caminos entre esa gente y la otra, que no quiero ser yo porque soy un cagón de mierda, porque quiero dormir bien en las noches, porque Chávez me parece bien pero no me lo dejan creer tanto porque es humano y cae en tentaciones, cual yo pendejo. Que es mejor como era antes, que es peor como es ahora, que será peor en el futuro y ni es ni lo uno ni lo otro, ni lo contrario tampoco, y Dios en su cavidad dentada, chasquea los dientes como castañuelas y sucumbe a mi bienvenida. A volver a entrar en el periodismo que está el borde donde no salto a la ética, no por miedo a romperme la espina dorsal o la cabeza, sino porque muerto a ella no le sirvo de nada. Dios me mira para ver como doy la vuelta otra vez, de puro reconocimiento.
José G. Maita

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