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La medición de la vara conformista (Ensayo corto)

He sido medido. Con la fuerza de la vara de los reales me escanearon el esqueleto de arriba a abajo. La fuerza superior del poder adquisitivo me miró de reojo. Su conclusión y el pasaje de salida me conservan en el sitio, frío, pensando. He nacido para pensar y por pensar me han medido, porque los pensamientos míos, pobres, chucutos, desentonan la tónica mundana del poder de la vara que me mide en los ojos de los que medianamente me conocen. La carrera es larga, y los pasos de plomo que doy no son suficientes. La caminata, cojonuda, abarca el caramelo del papel moneda, que con su ceros abarca mis pensamientos y más allá. Fui medido y reprobado por no tener nada fuera de mi cabeza, en mi cartera metidos, en la entidad bancaria calculado y sometido a tasas de interés. Sacaron mi lengua con una paleta de madera y me dijeron “Qué haces aquí mijito”. Me mostraron una poceta – benditos aquellos que se llevan el pan a la boca con el limpiar de urinarios – y les saqué un libro. Lo escupieron en mi cara. De nada me sirvió tanto pasar de noches sin ver televisión por leer tan pesados instrumentos.
-¿Y qué estudia usted?
-Comunicación Social.
-Yo no sé pa` que la gente estudia tanto tiempo en una universidad para hablar paja frente a un micrófono.
Y bajé la cabeza, necio. La vergüenza de no tener la respuesta en fila, como carga de ametralladora. Decirle al hombre que mide por lo que no se debe medir que eso no es así, que ser comunicador social va más allá, incluso de lo que la universidad enseña, y que es la calidad de la comunicación de un pueblo la determinante de su desarrollo, es mucho para él. Una secretaria especula sobre mí persona, por creer que caga más arriba del culo.
-Si yo tuviera dos hijos y un marido tan flojo como el tuyo, ya me hubiera puesto a limpiar de casa en casa y le hubiera dejado el pelero…
Es tan básico. Así se condena y se purga la culpa de estar graduada pobremente de técnico superior en una carrera que no ejerció nunca por palancas varias. Entonces mi esposa – la pobre, sacrificada, mártir de mi paciencia, de mi esperanza acumulada de años – manda a la mierda el consuelo amistoso, y se aterroriza ante la visión de los consejos. No es la primera vez que le dicen que deje a este loco, por no ser sino medianamente un hombre. La sociedad estipula que después de cierta cantidad de tiempo, te bañes en los alborotados vaivenes del trabajo bien remunerado, no importa que se te parta el alma por el martirio causado adrede por el sistema que exige un brazo que mueva las máquinas, y no un cerebro que estimule la creación de… Los años de sacrificio, vejaciones hacen mella. Ya la calma pareciera un lugar lejano al cual se llega a través de una chequera y con el permiso de una agencia de viajes. He mostrado mi yugular tantas veces, y las marcas de sus callos ventosos. Mi madre me decía: Esa carrera es para alguien que le guste leer, Esa carrera es muy cara, Esa carrera es (toda una gran cantidad de apócrifos). Y calcé dentro de lo posible en el entorno que me rodea, casi en el borde, por tener la tendencia pérfida de querer salirme. Me da la gana de sentir remordimiento por creer que no soy animal de este rebaño, por no mear en la tierra, por no comer de la grama seca, por no apostarme entre mis confidentes debajo de la sombra profunda de una mata grande. Es que busco explicaciones en el lugar equivocado, y cuando encuentro la respuesta en mí mismo descubro algo que me da la sensación de alivio momentánea: Eres padre de dos hijos, estudiaste la carrera que querías y la cual, a todas luces, es de vital importancia en tú país – y cualquier otro – por la coyuntura que se vive, les das de comer, no te metes con nadie y tienes la percepción casi clara de gozar del respeto de tus compañeros y profesores, y tienes un talento de pichón de escritor que esperas que algún día te sirva de algo. Ya. Más nada. Vuelves a levantar la cabeza y sigues caminando viéndole la cara a gente como aquella que sin más te sigue llamando flojo por no dejarlo todo por los reales y la opción encantadora de una tarjeta de crédito.



José G. Maita

Comentarios

Lui ha dicho que…
Excelente!!: "Ya la calma pareciera un lugar lejano al cual se llega a través de una chequera y con el permiso de una agencia de viajes".

Hermano, creo que debías estudiar algo más práctico... no sé, Matemáticas o Filosofía.

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