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No me llevo bien con los reptiles

Y aquella voz. Tu voz como corriente, tan vulgar, ajena en el eco del pasillo, entre las luces apagándose pelo a pelo. Sólo soy feliz cuando los demás me dan la razón. Y la razón es un espacio vacío. Pensabas que estaba allí pero no. Estoy respirando lento detrás de ti, tambaleándome también entre la borrachera del martes y la madrugada casi finita del miércoles. Nuestras andadas. Alcohólicos homónimos en simbiosis concurrente de pasos en falso y risas mentirosas. No me caigo por la cercanía de las paredes que parecieran caerme encima. Y los cuadros y afiches de tus diseños maravillosos que casi se caen al piso. Nuestra sala, desalumbrada con las sombras de una Caracas normal, tan común y corriente esta noche de amalgamas y pies descalzos para no despertar a tu madre que ronca en el cuarto de los niños que nunca pudimos tener. Esa bruja modorra que se cansa de su vida en la provincia como cansarse de un maratón en pleno sol de mediodía. Se cansa, arma sus maletas, toma el primer autobús para llegar aquí avisando apenas cuando está en la entrada del edificio. Tú vienes y me dices que por favor, que ya está aquí y que no vale la pena estar pagándole un hotel porque se va a poner peor y tú – yo – sabes cómo son los maníacos depresivos. Esta sería como la quinta vez que lo hizo y la quinta vez que respiré profundo, entre el humo del cigarro ya por acabarse. Cuando me diste la espalda traté sin quererlo realmente, atinarte en las nalgas con la colilla, esperando – que espantoso – que te incendiaras irremediablemente y cayeras desde nuestro balcón descubierto, con muebles country, parrillera de ladrillos en espera de los fines de semana con amigos repentinos, y te derrumbaras justo encima de la cabezota de la madre tuya. Sus ronquidos, en decibeles imposibles, lejos de recordarme la rabia de sus desplantes, calculados matemáticamente en el fastidio del nuevo ambiente tan chévere en el que la hija y el yerno poco a poco volvían a la conduerma del trabajo de oficina, dejándola sola con sus pensamientos y recuerdos de polvo y fogón que se la llevaban nuevamente de la ciudad para internarla en su viciosa condición de semiesclava de un bicho raro que sirvió exclusivamente para dilapidar sus bienes… ¿en qué estaba? Claro. Los ronquidos despierta muertos se dispersaban por la sala, mientras tú, tan bonita, tan chévere cambur, ibas a la nevera a seguir preparando la masacre de la resaca del día que estaba por llegar. No me molestaban. Contaba sus ondas, sus repiques y repuntes, la absorción de mocos acumulados en la garganta convertidos en gruñidos salvajes. En eso me atoro. Un poco de saliva se me va por el camino viejo y toso con fuerza. Parecieran mis ojos salirse de las órbitas y el lacrimeo constante me hace lucir – digo yo porque no me estoy viendo – como una magdalena. Tú ríes. Yo te mando a lavarte ese culo. Tú me dices que me calme que no es para tanto. Yo digo que si fuera un hueso de pollo me estaría muriendo y tú riéndote mientras usas la licuadora para preparar los cocteles. Me seco los ojos y me imagino con un parche pirata, como tu tío Alberto, el gordo insufrible. Su cara mostraba la papada como un gran coso, y siempre me pareció que en cualquier momento una marejada de insectos nunca antes vistos por Discovery Channel saldría de allí, fulminantes, triunfantes, dejando al pobre viejo como un saco amontonado en el centro del caney de tú abuela. Los mejores momentos contados con los dedos, y te señalo la mano, que casi no veo, ayuda ayuda, el vaso, la copa, lo que sea. Recuerdas lo pasable de la velada.

-Esa mujer si es estúpida, Dios mío…

-¿Cuál de todas? – hipeo. Sorry.

-Mijo. Toma con calma. De vaina no te me mueres aquí.

-Quisieras tú que me muriera. Pero – muevo el dedo así, así – no mi amor. Este macho es inmortal.

-Como los de la película.

-Esos no. Son una cuerda de bolsas que dicen que son inmortales pero los puedes matar cortándole las cabezas.

-Ay ya. Tú si hablas paja.

-¿Cuál estúpida, coño?

-La mujer esta. La novia del amigo tuyo.

-Carlos.

-No. Esa no es la estúpida – piénsalo bien -. Bueno. Si es estúpida pero no es la estúpida de la que te quiero hablar.

-Tú definitivamente me estás vacilando.

-No, chico – es que cuando ríes me acuerdo de esos establecimientos clandestinos donde íbamos al principio de nuestro tiempo -. Mi mamá ronca como un león.

-Porqué tú crees que no me he tomado la molestia de irme pa mi cama a dormir.

-A ti lo único que te falta es tomarte la molestia.

-¿Y qué haces sentada allá? Véngase pa acá con su papito lindo.

-Es que estás muy borracho – tan dura ella que se acomoda para reposar su cabeza en mis muslos -. Teníamos tiempo que no nos echábamos unos palitos con los panas.

-¿Panas? Esos lo que son es unos bichos.

-Ok. No vamos a empezar con los amigos tuyos. Te estaba hablando de la estúpida esa que vino con el amigo tuyo.

-Y yo te vuelvo a preguntar que cuál amigo.

-El que trabajaba contigo en la editorial y que después lo botaron por…

-Ya – el amago de acordarme, el balanceo del líquido en la copa.

-Cuidao chico. Que si me cae esa vaina en la cara me deja ciega.

El juguetón. Mi brazo se va sólo, en lento estiramiento y encogimiento de músculos que intentan coordinar movimientos con un cerebro que no está para coordinar ni el disparo amarillento a la poceta. Me río. Ella me aparta. Me agarra el brazo y lo sostiene. En el forcejeo una gota diminuta vuela por el aire, libra, soberbia. Una bomba ardiente que va a parar justo en el ojo de mi querida esposa. Se queja. Se levanta brusca del sofá y me menta la madre – pobrecita mi madre que no tiene la culpa – y vuelvo a estar consciente de los ronquidos de la otra. Se va la mujer al baño y el reflejo de la luz me golpea. Trastea, trastea. Sale con el colirio. Me dice que tome.

-Ahora te toca echarme – me debato entre la copa y el potecito del colirio. Me acuerdo de la puntería, la poceta y todo lo demás. Canción de fondo Ronquidos de suegra.

-Eso te pasa por reírte de mí mientras me ahogaba – y volvemos a la misma posición -. Si tú estás más sobria que yo…

-No vamos empezar otra vez. Usted me echa las gotas en el ojo…

-Pero es que el ardor se quita solo…

-Coño, chamo, por favor. Yo no me meto con tus extravagancias, tú no te metas con mis paranoias.

-Esto es cumbre. Una mujer que trabajaba como policía y que se la pasaba con el papá cazando animales le da miedo echarse gotas en los ojos.

-¿Pa cuándo?

-Ya va, ya va. Déjame que ponga el coctelito que te quedó tan sabroso aquí y me preparo.

Esas preparaciones tan sencillas mías con las manos difuminadas en la corta visión de estar hasta los tequeteques. Tus ojos, serenos la mayoría de las veces, brillantes, simétricos, ahora parecían una burla a la perfección de tu cálida mirada. El derecho, abierto hasta cierto punto, se manifestaba negro en su centro glorioso. El izquierdo era un rojo dominante, lleno de agua y abierto tan sólo por el esfuerzo delicado de mí índice y pulgar unidos en pinza. Lo soplo un poco y te quejas, lo limpio un poco y te quejas. Observo las líneas de tú nariz, tobogán salvaje que resuena. Eres la mujer de rostro perfilado, blanco y perpetuo de quién me enamoré hace unos buenos años. Yo idolatraba ese rostro y el cuerpo que lo portaba. Ahora pareciera todo tan extraño, como las agujas del tiempo en movimiento constante pero superfluo, disímil con la velocidad de los primeros momentos juntos cuando a pesar de lo rascados que estuviéramos, era imposible pensar en llegar vestidos al sofá donde estábamos ahora. Cambiamos en alguna parte la pasión por la conduerma, por la convivencia afable, por el beso en la mejilla. Eran muchos los instantes cuando me provocaba de repente, llevado por un hambre ancestral, devorarme esa boca tuya, que ahora la veo parlanchina, con el apúrate soltado al espacio que llega a mis oídos y me despierta.

-Mijo. ¿Pa cuándo pues?

Eso. Nuestros liberados instintos se tornaron a un mate encierro y el fuego en un ardor vespertino de vez en cuando. Voy con el tino nervioso y el potecito de las gotas y lo aprieto tratando de medirme. Una, dos, tres gotas. Listo.

-Gracias – esperaba un Al fin.

-De nada.

-Como te iba diciendo que no termino nunca de contarte el chisme.

-Ajá. ¿Cuál estúpida?

-Yo creo que tú la conoces. Era la tipa medio alta, con pelo largo, con mechones amarillos…

-Jimena. Ok

-Sí, sí. Esa.

-Todo el mundo sabe que es una estúpida.

-Ajá. Ok. Pero deja que termine de contarte el chisme. Estábamos varias de las mujeres hablando paja de ustedes cuando de repente ella, que estaba parada al lado mío empezó de la nada, sin que nadie le preguntara nada, a hablar de todas las veces que se hizo un aborto.

-Perro. ¿Y cuántas veces...?

-Cinco.

-¿Cinco?

-Sí. Cinco. Pero eso no es todo el cuento – se pasa la mano por el ojo y empieza a abrirlo lentamente -. No, que va. Todavía le falta al ojo. Te estaba diciendo que en lo que empieza a echar el cuento de sus cinco abortos – me mira burlona, con un ojo cerrado y con la mano extendida señalándome el número de la conversación – de cinco tipos distintos.

-Ok. Más fino.

-No. ¿Y tú sabes qué es lo más arrecho de todo?

-No.

-Que está por hacerse un sexto aborto – se auxilia con la otra mano para seguir contando.

-De otro tipo diferente.

-De otro tipo diferente. ¿Qué tal?

-Esa mujer no es estúpida. Lo que es es una tremenda…

-Eso mismo mi amorcito lindo – beso en el cachete para mí.

El sol empieza a aparecer por las ventanas. El ronquido de la suegra empieza a bajar el tono profetizando el amanecer y el fastidio de ella regañando calculadamente a la hija por no haberla llevado a la reunión y dejarla toda la noche sola en una situación tan delicada como en la que se encuentra. Mi bella esposa se para. A lo lejos, camino al cuarto, se detiene para seguir comentando

-Lo que yo no me explico es porque una tipa tan fantasma como ella va a estar regando esas cosas tan personales de ella, que a nadie le importan, como si fueran una vaina cualquiera. Ni que estuviera hablando de que se compró unos zapatos o un pantalón. No. Tenía que decir que llevaba en su cuenta cinco abortos, de cinco tipos distintos, que estaba por hacerse el sexto, con un sexto tipo distinto – pausa como para ahondar en la memoria -. Es más. Creo que hasta dijo que estaba esperando que el carajo que se la cogió, y lo estoy diciendo tal cual y como ella lo dijo, le depositara los reales. Que con los reales iba a buscarse un médico que ella conoce que le cobra más barato y con el resto se iba a comprar no sé qué cosa.

-Beautiful. That`s the way… aha, aha… I like it – yo si canto mal.

-Tómate eso rápido y te vienes para que descanses.

-Sí. Ya voy.

Ahora, tomándome lo que queda en la copa, pienso con rabia qué cantidad de plata le va a quedar en el bolsillo a la estúpida a la que le hice la transferencia al mediodía de ayer. Ella sabrá lo que hace. Salud. Brindo por eso.

J. Gregorio Maita

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