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Falta poco

Una limosnita por el amor de Dios que se fue y no lo volví a ver en la casa, cuando caía la tarde y se sentaba al pie de la escalera de cemento, con las sandalias propias de las pinturas que lo dibujaban en la antigüedad que revoloteaba su cabeza mientras me daba de comer. Sí, Dios se empeña en el amor y en los lazos de la probidad que me dio una navidad cuando pequeño dormitaba bajo una manga, cara, cara. Tenía los dedos bondadosos como pintan los de San Nicolás. Su regalo fue, entre otros, la vida, que sin ser eterna, ablanda las plantas de los pies, quema y enfría, redobla la voluntad y transforma los sueños, cuales epítetos amorfos colorean el futuro con toneladas de cosas vacías, para darte un suspiro de lo que debe ser, y que probablemente no sea. Lo escuchaba en sus ronquidos – no entendía media palabra – con sus ademanes circulares en su descripción del mundo, y que el mundo es el hombre y que el hombre se debe al mundo. Cuando parecía hablar de beisbol y cómo se debe agarrar la pelota, entendía que así debe agarrase una teta. Dios, gracias. Eres, por así decirlo, la patada necesaria. Ahora, ve los tumbos y los redobles de cáñamo en tambores cubiertos de sudor. Escucha mi lamento, que sin querer esbozo en papel, cuando me falta dinero para seguir tus horizontes variados. Específico fuiste cuando aleteabas con tu aliento el rumbo de mi existencia, y el mí se revienta con el sabor de boca de la espátula con que arrancaste el sello. Allá estaba mi sorpresa, y siento que no puedo continuar porque veo, en vez de claro, el oscuro nebuloso. No sé del mí ni del tú avasallante. He escarbado debajo de la tierra pensando en algo distinto que no termino de conseguir. Quieres de mí, del mí por el tú, etcétera, etcétera. Al final de este trecho de camino andado hacia algo llamado periodismo se me presenta el tropezón, y la larga duda de si quiero – que sí – o no derribar la barda o la cinta con mi pecho. Pido una limosna a los que en tu nombre llevan los carruajes del sacrosanto infierno, los que te dan la mano y te la quitan como primera cuota. Dame, dame, dame. Yo, yo, yo.
José G. Maita

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Qué pasó perro tonto que despiertas y ves en derredor la cama suelta, en paños calientes de la ducha que ensucia el piso, y la calma tomada de tu plato con adornos navideños, y el sonido clásico de la campanita que unta el ambiente de guirnaldas sueltas, que te rodean en la casa. Danco, calma tus ansias, reclama tu instinto una nota distinta, el acorde de la vez aquella que te measte en la cocina y te agarró con el periódico enrollado, y la carrera, tu cola, se cae, se revienta del miedo, ves la mano del hombre, tu hombre, que pega y no se despega de tu aullido transparente, se te pasó la mano en la galleta que te trajo ayer, y así es como le pagas. Mira, tu amo no se despierta, y son ya las nueve de la mañana, el sol ya salió, y no hay señal que te lo indique, que el paso de la noche por sus sueños pasó, que la sombra del descanso ya se fue, por donde vino, por esa misma ventana que te aturde hoy, que no cerraron anoche, porque habrá sido, le agarró la calma de la tormenta; le gustaba

Detrás de la puerta

¡Ay! Qué desorden, qué calamidad. El silencio y el olor a encierro como la perpetuación del tiempo en cuatro paredes. Vino y se fue la bonanza y tal, como la brisa que pasó hace como cuatro días a las tres de la tarde. Pero vean ustedes, damas y caballeros que esto leen, a este ser tan desposeído de humanidad. Parece, y que me perdone el dios de lo cursi, este espíritu atolondrado, una simple rama seca. Miren lo flaco, canoso, barbudo, sucio, lo ruin. Amarrado a una silla, a una posición delante del monitor pantalla metido en internet como si estuviera metido en la entrepierna de Susana -Shhhhh. Necesito silencio para concentrarme – mira el techo detrás de él. El techo es un espacio vacío. Concentrarse en qué. Pensarán ustedes que, con todas la diligencias y ocupaciones, pudieran entretenerse en otra cosa, pero hay que pensar que la locura, porque esto es una locura, es un mal concentrado en semejante esperpento. (Lean más bajito por favor, para no interrumpir su concentrada intención)

EL SILENCIO DE LAS RAMAS

Año 2034 ¿Ya volteaste a la ventana? ¿Te llama el viento, la lluvia gorda, el espeluznante sonido de las loras detrás de la pared escalonada de tú laboratorio improvisado? ¿Es el barranco de rocas bañadas en vapor lo que nace a metros de diferencia del amanecer dándote el aviso? Era ya el colmo del descuido, en tus invenciones cotidianas, hallar la manera de cambiar el mundo. ¿Preocupado por el mundo o por el periódico que no sabes si comprar por no tener la más mínima idea de qué día es? La maquinaria y el sonido disimulado del experimento. Tevines (marca registrada por la Corporación Hipermedia C.A.) listos, conectados a un sinfín de dispositivos inalámbricos pues la era del cobre a expensas del planeta fue convirtiéndose en una conducta moderada de utilización de recursos (aplica a todos los demás). Te tiembla el pulso, no por el café o el momentáneo nerviosismo, cosa genial que te derrumba al suelo del hombre que eres y que ahora piensas convertir en los anales de la historia hue