Me tomo la libertad de reproducir una reflexión del periodista Miguel Salazar, la cual contiene ideas ciertas de lo que es - somos - nuestro país gracias a nosotros. Me pareció súmamente significativo por lo cual lo comparto con ustedes.
Las Verdades de Miguel, nro. 210, del 18 al 24 de julio de 2008, página 24.
Mi comentario de la semana:
Venezuela como país de paso. José Ignacio Cabrujas llegó a escribir un ensayo sobre el tema. En ese entonces Lusinchi, usando a Carlos Blanco como inquisidor, proscribió el texto que formaba parte de una compilación de ensayos titulada La Reforma del Estado. Se refería Cabrujas a nuestra triste condición de país campamento. Hoy, esa tesis cobra mayor fuerza: somos además un país de extranjeros. Con contadas excepciones no hay un gobernante nuestro que no se haya dejado tentar por esa condición extranjerizante. La mayoría de ellos terminaron con ser libertadores de América y de más allá, mientras nuestro país era malquerido. Con Chávez quedó al descubierto que ese otro país no se siente venezolano, ese que viste con los atuendos españoles para celebrar la conquista de un equipo de balompié que ni siquiera conoce, pero que poco le importa si Venezuela le gana a Brasil. Esa actitud es acompañada por el menosprecio, la conseja: “jugamos contra un equipo inferior”, “Chávez le pagó a Lula para que nos permitiera saborear la victoria”. El más reciente, en referencia al éxito de Dayana Mendoza: “La colombiana es más bonita que la venezolana”. En los barrios de caracas, desde los más encumbrados, hasta los más paupérrimos, suenan las bocinas cuando el colombiano Montoya se impone en una carrera de automóviles, pero callan cuando Johan Santana lanza un juegazo de pelota. Quienes lo hacen esperan a los gringos con fuegos artificiales. Los esperan como esperó a Boves la oligarquía valenciana; para ofrecerles a sus hijas. ¡Cómo aplaudieron al borrachín de La Moncloa cuando mandó a callar a Chávez! Por mucha arrechera que se le pueda tener a Chávez, la cosa no da como para celebrar la grosería del español por muy monarca que sea. ¡Ah no, somos objetivos, la colombiana es más bonita que Dayana! Lo que somos es pendejos. Vayan a Colombia y hablen mal de Uribe para que ustedes vean que los cachacos y paisas (aún odiándolo a muerte) lo defienden de la “mala intención venezolana”. Ahora, nosotros mismos nos hemos empeñado en ser un país de paso, ser el campamento descrito por Cabrujas, porque si había algo por derribar en Caracas no era la estatua de Colón sino la propia Catedral de Caracas, por ser un verdadero rancho levantado apresuradamente por quienes acampaban acá, apertrechándose para continuar hacia el sur, donde encontrarían los virreinatos. ¡Qué afrodescendientes ni que nada! Somos venezolanos y punto. Debemos defender esta tierra con nuestra vida, porque ello significa la vida de nuestros ancestros y la vida de quienes han de venir desde nosotros mismos. El extranjero que no quiera al país está en libertad de irse al mismísimo carajo a lavar carros o vender salchichas, o a lavar platos. Somos venezolanos y nuestros símbolos se respetan. A los esbirros que se aprovechan del anonimato del Internet hay que darles una lección. Que se escuchen los cornetazos cuando en Beijing se escuche el Gloria al Bravo Pueblo. Amo a Venezuela por encima de todas las cosas.
Miguel Salazar
Mi comentario de la semana:
Venezuela como país de paso. José Ignacio Cabrujas llegó a escribir un ensayo sobre el tema. En ese entonces Lusinchi, usando a Carlos Blanco como inquisidor, proscribió el texto que formaba parte de una compilación de ensayos titulada La Reforma del Estado. Se refería Cabrujas a nuestra triste condición de país campamento. Hoy, esa tesis cobra mayor fuerza: somos además un país de extranjeros. Con contadas excepciones no hay un gobernante nuestro que no se haya dejado tentar por esa condición extranjerizante. La mayoría de ellos terminaron con ser libertadores de América y de más allá, mientras nuestro país era malquerido. Con Chávez quedó al descubierto que ese otro país no se siente venezolano, ese que viste con los atuendos españoles para celebrar la conquista de un equipo de balompié que ni siquiera conoce, pero que poco le importa si Venezuela le gana a Brasil. Esa actitud es acompañada por el menosprecio, la conseja: “jugamos contra un equipo inferior”, “Chávez le pagó a Lula para que nos permitiera saborear la victoria”. El más reciente, en referencia al éxito de Dayana Mendoza: “La colombiana es más bonita que la venezolana”. En los barrios de caracas, desde los más encumbrados, hasta los más paupérrimos, suenan las bocinas cuando el colombiano Montoya se impone en una carrera de automóviles, pero callan cuando Johan Santana lanza un juegazo de pelota. Quienes lo hacen esperan a los gringos con fuegos artificiales. Los esperan como esperó a Boves la oligarquía valenciana; para ofrecerles a sus hijas. ¡Cómo aplaudieron al borrachín de La Moncloa cuando mandó a callar a Chávez! Por mucha arrechera que se le pueda tener a Chávez, la cosa no da como para celebrar la grosería del español por muy monarca que sea. ¡Ah no, somos objetivos, la colombiana es más bonita que Dayana! Lo que somos es pendejos. Vayan a Colombia y hablen mal de Uribe para que ustedes vean que los cachacos y paisas (aún odiándolo a muerte) lo defienden de la “mala intención venezolana”. Ahora, nosotros mismos nos hemos empeñado en ser un país de paso, ser el campamento descrito por Cabrujas, porque si había algo por derribar en Caracas no era la estatua de Colón sino la propia Catedral de Caracas, por ser un verdadero rancho levantado apresuradamente por quienes acampaban acá, apertrechándose para continuar hacia el sur, donde encontrarían los virreinatos. ¡Qué afrodescendientes ni que nada! Somos venezolanos y punto. Debemos defender esta tierra con nuestra vida, porque ello significa la vida de nuestros ancestros y la vida de quienes han de venir desde nosotros mismos. El extranjero que no quiera al país está en libertad de irse al mismísimo carajo a lavar carros o vender salchichas, o a lavar platos. Somos venezolanos y nuestros símbolos se respetan. A los esbirros que se aprovechan del anonimato del Internet hay que darles una lección. Que se escuchen los cornetazos cuando en Beijing se escuche el Gloria al Bravo Pueblo. Amo a Venezuela por encima de todas las cosas.
Miguel Salazar
Comentarios