El proceso cultural venezolano, y específicamente el guayanés, muy permeable a la alienación, y que en cierta forma permite, gracias a nuestra mezcla racial furibunda, la entrada y salida de diversas formas de la cultura, que en muchos casos no es tan siquiera cercana a nuestras latitudes, es un signo – o EL signo - macabro de nuestro sol de San Félix. El poder del guayanés se limita al sello superficial de un logo – probablemente hecho en otro país – con el cual una insignia chapea el entorno con derredores sonantes y vistosos, propios de una sociedad capitalista endeudada pero feliz.
Pero ya me estoy saliendo del tema. La alienación cultural de Guayana – nuestra isla colonia mal postín de la república (no confundir mis palabras con algún dejo separatista) – viene, como bien sabe Euclides, desde la época de nuestro insigne Manuel Carlos Piar, y la batalla famosa que le permitiera a nuestro país alcanzar la independencia, gracias a los recursos bien habidos de esta bendita tierra.
Como cosa rara, pienso que la cultura es un elemento transformador, y a la vez distintivo. Es, por utilizar términos que pululan en el aire, nuestra foto frente a otras culturas. Por supuesto que la representación indígena, milenaria, que habitaba la sabana y sus confines, y que recibiría a los monjes con la estampa pacífica de bienvenidos, métannos el dedo en el culo si les da la gana, no es por menos nuestra condena.
Kampa, vocablo indígena, es parte de una parte – permítanme la redundancia - que es fundamental piedra dentro de esa representación de la cultura indígena de nuestra región. Pero debemos asumir la realidad de lo que somos. Se lo decía a Karla por el Messenger – hablando de alienación – sobre nuestra verdadera identidad como pueblo guayanés. Las distintas conquistas he invasiones que sufrieron los pueblos autóctonos durante los siglos de la barbarie postcolombina terminaron reduciendo su tenor a poco más que una exótica representación de lo que una vez fueron. Los indígenas, que tienen su peso en Guayana, no son la cultura dominante, pues otra, sin forma, color, sin términos fijos o extremos visibles, es la que ahora puebla nuestras latitudes. Nosotros somos parte de ella.
El verdadero arraigo cultural se hará realidad cuando entendamos eso. Que no somos ni frío ni calor, ni chicha ni limonada, no somos indígenas, ni europeos venidos a menos. Somos una vaina rara a la cual tenemos que ponerle un nombre si no queremos pasar desapercibidos en la historia.
El asunto de Tenai – teatro natural e inteligente – pudiera ser una excusa de la vida para ponerme a pensar en cosas que probablemente no debería estar pensando. Pero si me parece importante establecer que si de verdad queremos servir, como el grano de arena, a nuestra región, a la construcción del arraigo cultural que tanto necesita Guayana, tan buena madre que ha sido, debemos establecernos como algo distinto que no excluye, sino que incluye – sin dejarnos meter el dedo tampoco - los distintos matices que de manera fortuita habitan indisolubles en nuestra sangre.
En un punto anterior de este tenue ensayo dije que la cultura es un elemento transformador, tal como lo es el agua. Pero tan vital elemento, en posturas indisolubles, en estanques fijos, duros y donde el respiro se hace amargo, se pudren las opciones antes de haber nacido. Se convierte en dengue la buena intención.
J. Gregorio Maita.
Pero ya me estoy saliendo del tema. La alienación cultural de Guayana – nuestra isla colonia mal postín de la república (no confundir mis palabras con algún dejo separatista) – viene, como bien sabe Euclides, desde la época de nuestro insigne Manuel Carlos Piar, y la batalla famosa que le permitiera a nuestro país alcanzar la independencia, gracias a los recursos bien habidos de esta bendita tierra.
Como cosa rara, pienso que la cultura es un elemento transformador, y a la vez distintivo. Es, por utilizar términos que pululan en el aire, nuestra foto frente a otras culturas. Por supuesto que la representación indígena, milenaria, que habitaba la sabana y sus confines, y que recibiría a los monjes con la estampa pacífica de bienvenidos, métannos el dedo en el culo si les da la gana, no es por menos nuestra condena.
Kampa, vocablo indígena, es parte de una parte – permítanme la redundancia - que es fundamental piedra dentro de esa representación de la cultura indígena de nuestra región. Pero debemos asumir la realidad de lo que somos. Se lo decía a Karla por el Messenger – hablando de alienación – sobre nuestra verdadera identidad como pueblo guayanés. Las distintas conquistas he invasiones que sufrieron los pueblos autóctonos durante los siglos de la barbarie postcolombina terminaron reduciendo su tenor a poco más que una exótica representación de lo que una vez fueron. Los indígenas, que tienen su peso en Guayana, no son la cultura dominante, pues otra, sin forma, color, sin términos fijos o extremos visibles, es la que ahora puebla nuestras latitudes. Nosotros somos parte de ella.
El verdadero arraigo cultural se hará realidad cuando entendamos eso. Que no somos ni frío ni calor, ni chicha ni limonada, no somos indígenas, ni europeos venidos a menos. Somos una vaina rara a la cual tenemos que ponerle un nombre si no queremos pasar desapercibidos en la historia.
El asunto de Tenai – teatro natural e inteligente – pudiera ser una excusa de la vida para ponerme a pensar en cosas que probablemente no debería estar pensando. Pero si me parece importante establecer que si de verdad queremos servir, como el grano de arena, a nuestra región, a la construcción del arraigo cultural que tanto necesita Guayana, tan buena madre que ha sido, debemos establecernos como algo distinto que no excluye, sino que incluye – sin dejarnos meter el dedo tampoco - los distintos matices que de manera fortuita habitan indisolubles en nuestra sangre.
En un punto anterior de este tenue ensayo dije que la cultura es un elemento transformador, tal como lo es el agua. Pero tan vital elemento, en posturas indisolubles, en estanques fijos, duros y donde el respiro se hace amargo, se pudren las opciones antes de haber nacido. Se convierte en dengue la buena intención.
J. Gregorio Maita.
Comentarios
El link: http://superhuevoblog.blogspot.com/2008/11/cunto-esfuerzo.html
Un abrazo!