Ese incómodo sabor ferroso en la boca. La lengua seca. Tragar grueso. La sed. La puta sed. Esa sed pétrea, la que deja costras blancuzcas en los labios. Los ojos que al tratar de abrirlos dejan entrar las gotas de sudor. El ardor de la sal. El rascarme. La grasa superficial de la piel que pica adentro. Una mentaita e madre. La extensión del brazo. Empieza la conciencia a tomar forma en el espacio. Las piernas recogidas. Un dolor intenso en el coxis. El brazo solo se extiende completo hacia arriba. Estoy rodeado de plástico y a pesar de lograr abrir los ojos lo único que se asoma es un reflejo borroso y medio fantasmal de una luz como de luna. Había un azul en el aire. Un cuadrado, un hueco, tal vez calculando la extensión de mi brazo de unos setenta y cinco centímetros. Una vaina chiquita, incómoda. Cuando intento incorporarme entiendo, por lo tullido de los músculos, que la cosa tardará un rato. El plástico que me rodea rechina en los pequeños claros de mi piel donde el sudor no lu
Si todo tiene un revés yo me pregunto ¿Cuál es el mío? En qué fecha impensable he de matar un pájaro he de pisar una flor Qué día imponderable ese revés se adueñará de mí del amor que me hará abjurar ¿Se podrá volver a ser al dejar de ser uno? (Revés, Earle Herrera) Yo nunca entendí las dimensiones del juicio. La mesas y las sillas, ok, no estaba demás armar el parapeto para que la cosa saliera en televisión de una manera medianamente decente, pero el trasfondo del juicio, lo sumarial, rápido y antojoso. Había leído en alguna oportunidad aquello del fantasma del fascismo en la sociedad moderna. Algún profesor de la uni había descrito tal movimiento visceral de la humanidad como un monstruo agazapado. Irreal e ingenuo pensar que desaparezca, dijo. Al igual que ahora, entre manteles blancos y centros de mesa, y adornos de vidrio delgado y chimbo, entre pasos y sudores de tanto ir y venir y bajar de los camiones los elementos definidos de la puesta en es