Y salió un día un danés cualquiera y nos apuntó con una lupa. Detrás de dicho artilugio el sol abrazante y nosotros contemplando el juego de este cineasta, que como pocos, lejos de arroparnos en el arte del cine, – no por ignaro, sino por travieso, pues cuan sublime resultan las imágenes de sus películas - yendo más allá.
He de imaginarlo con risa mal puesta detrás de una cortina, quizá con un bigotito al estilo Hitler y con una botellita soplando burbujas de jabón, mientras vemos Anticristo. Lars Von Trier, que sospecha mucho de los límites impuestos, y como cualquier loco con hojilla permea la dermis de lo soportable, reta a los que lo admiran y odian, a que se pregunten de una vez si su presencia en el mundo del cine es necesaria o desechable.
Es esta película, ciertamente, un colmo dentro del largo avance de su carrera, donde lo chocante es poco. Pero al mismo tiempo es la fuerza hipnótica de sus cuadros transformados en alfileres íntimos de una conciencia dormida que tenemos todos dentro y que muy raras veces nos atrevemos a sacar. O sea. Ver esta película es someterse a un delicioso – vean como se enaltece el masoquismo – régimen de acupuntura.
Anticristo es un reto para el que la observa. De sus líneas en diálogos se deja ver su esencia: La naturaleza es la iglesia del Diablo. Y uno allí, sentado, postrado incólume observando una penetración, entre otras imágenes que superan lo escatológico, extraordinariamente bien justificadas y, por extraño que parezca, hermosamente bien filmadas. Un trazo firme de gran pulso. Pero nada que ver con el esbozo zonzo de un ser a punto de apoderarse del mundo poseído por algún demonio de cola y cachos. Es allí donde Lars ríe, detrás de la cortina de nuestros ojos, burlándose mientras sus burbujas le pintan colores difusos en el aire. Un Anticristo que es, no un sustantivo, sino un adjetivo hecho bacteria y que, bajo un raciocinio particular, lleva al hombre, o a la mujer, a su propia destrucción.
En este extraordinario film, que a diferencia de otros exige de nuestra maltrecha humanidad el esfuerzo adicional del estómago, exponiendo a quemarropa un tema del que poco hablamos. ¿Hasta qué punto es la mujer la raíz de la misoginia? ¿Hasta qué punto es la mujer línea de partida de las desgracias de la humanidad? Y el descaro de hacerlo sin llegar a tanto.
Es este el gran caldo donde se cuece una historia retorcida, que te amarra, te empuja, soltando poco a poco en un surrealismo de imágenes ralentizadas que como gotas van untando tus ojos ante el terror psicológico más visceral. Y es aquí, en ese rincón, donde el pequeño Lars se sitúa con grandilocuencia entre los más grandes del cine mundial, no sólo por su estética, sino por la temática amenazante que puya y contrae nuestros músculos hasta la más reverberante constricción.
J. Gregorio Maita
He de imaginarlo con risa mal puesta detrás de una cortina, quizá con un bigotito al estilo Hitler y con una botellita soplando burbujas de jabón, mientras vemos Anticristo. Lars Von Trier, que sospecha mucho de los límites impuestos, y como cualquier loco con hojilla permea la dermis de lo soportable, reta a los que lo admiran y odian, a que se pregunten de una vez si su presencia en el mundo del cine es necesaria o desechable.
Es esta película, ciertamente, un colmo dentro del largo avance de su carrera, donde lo chocante es poco. Pero al mismo tiempo es la fuerza hipnótica de sus cuadros transformados en alfileres íntimos de una conciencia dormida que tenemos todos dentro y que muy raras veces nos atrevemos a sacar. O sea. Ver esta película es someterse a un delicioso – vean como se enaltece el masoquismo – régimen de acupuntura.
Anticristo es un reto para el que la observa. De sus líneas en diálogos se deja ver su esencia: La naturaleza es la iglesia del Diablo. Y uno allí, sentado, postrado incólume observando una penetración, entre otras imágenes que superan lo escatológico, extraordinariamente bien justificadas y, por extraño que parezca, hermosamente bien filmadas. Un trazo firme de gran pulso. Pero nada que ver con el esbozo zonzo de un ser a punto de apoderarse del mundo poseído por algún demonio de cola y cachos. Es allí donde Lars ríe, detrás de la cortina de nuestros ojos, burlándose mientras sus burbujas le pintan colores difusos en el aire. Un Anticristo que es, no un sustantivo, sino un adjetivo hecho bacteria y que, bajo un raciocinio particular, lleva al hombre, o a la mujer, a su propia destrucción.
En este extraordinario film, que a diferencia de otros exige de nuestra maltrecha humanidad el esfuerzo adicional del estómago, exponiendo a quemarropa un tema del que poco hablamos. ¿Hasta qué punto es la mujer la raíz de la misoginia? ¿Hasta qué punto es la mujer línea de partida de las desgracias de la humanidad? Y el descaro de hacerlo sin llegar a tanto.
Es este el gran caldo donde se cuece una historia retorcida, que te amarra, te empuja, soltando poco a poco en un surrealismo de imágenes ralentizadas que como gotas van untando tus ojos ante el terror psicológico más visceral. Y es aquí, en ese rincón, donde el pequeño Lars se sitúa con grandilocuencia entre los más grandes del cine mundial, no sólo por su estética, sino por la temática amenazante que puya y contrae nuestros músculos hasta la más reverberante constricción.
J. Gregorio Maita
Comentarios