Nolan ha trabajado y se nota. Su puesto, demarcado en la diferencia de criterio, en el control del argumento, en la más simple y pura inteligencia, ha echado sal alrededor suyo, meado en las esquinas de su hipotética oficina, y marcado distancia de lo que Hollywood ha hecho últimamente. Su más reciente película, Inception, se despega de la cartelera y flota por allí, iluminando el pasillo, porque es ese el futuro de Nolan, un pasillo que a pesar de sus éxitos no ha tocado el techo ni se ha tropezado con un bache escondido en la alfombra roja. Esta extraordinaria película se desarrolla en el subconsciente humano. Una matemática relación entre piezas pegadas con lógica y engranadas una con otra en una realidad tan increíble que el sentido de la paradoja parece perfectamente claro en este laberinto.
Eso es Inception. Un laberinto urbano, contemporáneo y conceptual que no oscurece. La experiencia del cine, sin embargo, se me tornó a visita de médico. Ya de Nolan esperar otra cosa es perder el tiempo. Ya este director, sin ser predecible, es la garantía inequívoca de agarrarse duro del asiento, pues sus películas son, más allá de lo comercial, más allá de lo convencional en números de taquilla, una cachetada que ya uno se espera y que recibe con gusto. Es peligroso ese pasillo pues la sorpresa desaparece sustituyéndose por la excelencia del que se vislumbra ya como uno de los grandes íconos del cine mundial.
Pero Inception, y esto en una pequeña conversación con Alfredo Calzadilla, es algo más. Hablar de los límites que rompió El Caballero de la Noche es entenderla como lo que es: una película que fue más allá de las fronteras que se le daba a este subgénero de superhéroes. Pero Nolan nunca se había acercado tanto a un mensaje político, o a establecer una posición sobre el equilibrio de las cosas. Se podría pensar que una película intimista, de las que Hitchcock tuvo, de las que Bergman exploró, de las que muestran sin querer ese submundo emocional tan negro como contemplativo al estilo de Kubrick o Haneke, con personajes en un mínimo de movimiento o en un espacio delimitado, Nolan podría sentirse incómodo.
¿Es Nolan un director de propuestas más allá del oficio? Habrá que darle chance a ser más explícito en lo que quizá pudo decir con Inception. Si bien el dilema ético presente en El Gran Truco tuvo un sabor general, sin apuntar con el dedo necesariamente, Inception se atreve a señalar puntos neurálgicos de la sociedad en la que vivimos. La película habla de la dificultad de llegar a esos rincones escondidos de la mente humana para sembrar una idea. Pero qué podríamos decir sobre sembrar una idea o cómo se come eso. La actitud, como hecho psicológico, no es más que la forma en que, gracias a un conjunto de percepciones que tenemos sobre un asunto, vemos esa idea, cosa o persona, y es lo que define la manera que reaccionaremos ante ello.
No quiero arruinar la experiencia para los que no la hayan visto, pero el elemento que me parece interesante sobre la película es que, por un lado tenemos al heredero de un gran imperio industrial, que es el objetivo de los protagonistas. ¿Qué tienen que hacer? Hacerle cambiar de idea sobre la acumulación de poder. Desmontar un imperio creado previamente por su voraz - ¿capitalista cabría decir? – padre. Para mí es un mensaje político. El dedo de Nolan pareciera bajar poco a poco ante la desmesurada intención del orbe y los grupos de poder insertados como plutocracia sacramental. Es una reflexión casi subliminal que se menea entre las olas de una trama enrevesada y hasta cierto punto confusa, pero lógica y bien tramada. ¿Hay en Hollywood una corriente ideológica que pretenda deslindarse de viejos códigos y proponga nuevos? Lo más probable es que estos tímidos intentos, que una vez hicieran a Stone lo que fue y ya no quiere ser, sean cada vez más, presente y futuro en esas lecciones que nos da el cine como espectáculo de masas.
J. Gregorio Maita
Eso es Inception. Un laberinto urbano, contemporáneo y conceptual que no oscurece. La experiencia del cine, sin embargo, se me tornó a visita de médico. Ya de Nolan esperar otra cosa es perder el tiempo. Ya este director, sin ser predecible, es la garantía inequívoca de agarrarse duro del asiento, pues sus películas son, más allá de lo comercial, más allá de lo convencional en números de taquilla, una cachetada que ya uno se espera y que recibe con gusto. Es peligroso ese pasillo pues la sorpresa desaparece sustituyéndose por la excelencia del que se vislumbra ya como uno de los grandes íconos del cine mundial.
Pero Inception, y esto en una pequeña conversación con Alfredo Calzadilla, es algo más. Hablar de los límites que rompió El Caballero de la Noche es entenderla como lo que es: una película que fue más allá de las fronteras que se le daba a este subgénero de superhéroes. Pero Nolan nunca se había acercado tanto a un mensaje político, o a establecer una posición sobre el equilibrio de las cosas. Se podría pensar que una película intimista, de las que Hitchcock tuvo, de las que Bergman exploró, de las que muestran sin querer ese submundo emocional tan negro como contemplativo al estilo de Kubrick o Haneke, con personajes en un mínimo de movimiento o en un espacio delimitado, Nolan podría sentirse incómodo.
¿Es Nolan un director de propuestas más allá del oficio? Habrá que darle chance a ser más explícito en lo que quizá pudo decir con Inception. Si bien el dilema ético presente en El Gran Truco tuvo un sabor general, sin apuntar con el dedo necesariamente, Inception se atreve a señalar puntos neurálgicos de la sociedad en la que vivimos. La película habla de la dificultad de llegar a esos rincones escondidos de la mente humana para sembrar una idea. Pero qué podríamos decir sobre sembrar una idea o cómo se come eso. La actitud, como hecho psicológico, no es más que la forma en que, gracias a un conjunto de percepciones que tenemos sobre un asunto, vemos esa idea, cosa o persona, y es lo que define la manera que reaccionaremos ante ello.
No quiero arruinar la experiencia para los que no la hayan visto, pero el elemento que me parece interesante sobre la película es que, por un lado tenemos al heredero de un gran imperio industrial, que es el objetivo de los protagonistas. ¿Qué tienen que hacer? Hacerle cambiar de idea sobre la acumulación de poder. Desmontar un imperio creado previamente por su voraz - ¿capitalista cabría decir? – padre. Para mí es un mensaje político. El dedo de Nolan pareciera bajar poco a poco ante la desmesurada intención del orbe y los grupos de poder insertados como plutocracia sacramental. Es una reflexión casi subliminal que se menea entre las olas de una trama enrevesada y hasta cierto punto confusa, pero lógica y bien tramada. ¿Hay en Hollywood una corriente ideológica que pretenda deslindarse de viejos códigos y proponga nuevos? Lo más probable es que estos tímidos intentos, que una vez hicieran a Stone lo que fue y ya no quiere ser, sean cada vez más, presente y futuro en esas lecciones que nos da el cine como espectáculo de masas.
J. Gregorio Maita
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