Aquel anciano meditabundo se desvistió un día por puro remordimiento de conciencia. Hablo de esa historia que por muchos años escondida se añejó en un guión magnífico que vino a flotar entre su pesar y su retiro. Ingmar Bergman abandonado en una isla de su país vino a manifestar su dolor, su culpa, su responsabilidad remota y tan allí, en medio de folios marcados con tinta, se acercó a quien fuera su tercer esposa, la actriz Liv Ullman, para que hiciera con semejante confesión lo que le diera la gana. Y así lo hizo.
He visto Persona, película cumbre de este director sueco, y en ella descubro el núcleo de todo un lenguaje ya visto en otros directores. Creo poder pecar de ignorante ante quienes sepan más del tema que yo y lean esto, pero puede ser esta película, cargada de una intención y subtexto magnífico – ese montaje experimental que nos la introduce fue perfecta antesala -, la referencia y a su vez una forma referencial de otros. Vi a Kubrick en ella, a Tarcovsky, a Lynch, a Aronosvky, a Fincher, a Lars von Trier, a Haneke. Vi tanto en una historia desarrollada sobre una actriz que vivió una mudez perenne por motivos indefinibles y que cae en las manos de una enfermera que para pasar el tiempo recorre los huecos y oscuridades de su vida. De aquí a la genialidad de esa mujer que sería de Bergman, pues Ullman, interpretando a una mujer sin habla expresa con gestos y miradas su parecer y comunica más allá de la palabra el padecer de un laberinto entre la amistad y el recelo, en este trama tan contemporáneo hoy como en los sesenta cuando se estrenó.
Lo que me llama a escribir esto no es la agudeza de Bergman, ya comprobada, sino el meollo que envolvía a este genio en medio de la filmación de dicha película. Aquel guión que le diera a Ullman se convirtió en una película titulada Infiel, la cual cuenta la historia triste, absolutamente desgarradora, de una mujer que vive el delirio de engañar a su esposo con su mejor amigo. Marianne, y su esposo Markus, viven una vida sosegada y plena con su hija Isabel. David, amigo de todos, irrumpe como si nada ante una propuesta soltada así, al viento, porque un así se libera como animal salvaje. Marianne, tentada, cae, y de allí en adelante se tuerce el juego en el que la más inocente, la niña, termina por presenciar la muerte de sus padres, cada quien a su tiempo y tragedia, y la huida de David, que no es más que el eufemismo de Bergman en su papel de la vida real.
Vi Infiel antes que Persona. La primera quebró esa muralla que se le da a los grandes hombres que uno en algún momento quisiera alcanzar, pues en esos errores garrafales, en las huidas tangenciales, está el signo de la humanidad. La segunda me atrapó por dobles sentimientos. La belleza de su propuesta fílmica y el pesar que estaba viviendo Bergman y su espíritu en ese momento tan crítico de su vida.
Al final de todo, ambas fueron una gran experiencia emotiva, por ver una que Ingmar hacía mientras él, amordazado, vivía la otra. Creo que con algo de eso va el cine.
Lo que me llama a escribir esto no es la agudeza de Bergman, ya comprobada, sino el meollo que envolvía a este genio en medio de la filmación de dicha película. Aquel guión que le diera a Ullman se convirtió en una película titulada Infiel, la cual cuenta la historia triste, absolutamente desgarradora, de una mujer que vive el delirio de engañar a su esposo con su mejor amigo. Marianne, y su esposo Markus, viven una vida sosegada y plena con su hija Isabel. David, amigo de todos, irrumpe como si nada ante una propuesta soltada así, al viento, porque un así se libera como animal salvaje. Marianne, tentada, cae, y de allí en adelante se tuerce el juego en el que la más inocente, la niña, termina por presenciar la muerte de sus padres, cada quien a su tiempo y tragedia, y la huida de David, que no es más que el eufemismo de Bergman en su papel de la vida real.
Vi Infiel antes que Persona. La primera quebró esa muralla que se le da a los grandes hombres que uno en algún momento quisiera alcanzar, pues en esos errores garrafales, en las huidas tangenciales, está el signo de la humanidad. La segunda me atrapó por dobles sentimientos. La belleza de su propuesta fílmica y el pesar que estaba viviendo Bergman y su espíritu en ese momento tan crítico de su vida.
Al final de todo, ambas fueron una gran experiencia emotiva, por ver una que Ingmar hacía mientras él, amordazado, vivía la otra. Creo que con algo de eso va el cine.
J. Gregorio Maita
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