El mega
Ya al despertarme, encuentro en el desconcierto, cierta cosa pues, el espacio vacío delante de mí. Por un momento hago caso omiso, pues no me interesa sino dormir plácidamente acurrucado entre mi cobija amplia; sin embargo, la continuación del vicio descolocado de aquella fuerza superior que me inunda me recuerda que en ese espacio vacío había algo. Restriego mis ojos para enfocar. Veo sí, la foto de mi madre cuando la agarré descuidada con los rollos en la cabeza y metida entre las matas y con las loras volando rapases sobre su cogote, el afiche que detrás de aquel espacio donde una mujer esberta y en pantaletas blancas me muestra su boca como queriendo besarme – inanimada imagen que perturba en la noche sola – pero que no sé por qué no lo termina de hacer. A lo que voy. El espacio vacío consta ahora de un rectángulo rodeado de polvillo, un cable de alimentación principal, y artículos varios de computadora.
-¿Y entonces?
Qué ingenuo soy. Cuando logro pararme y espantar la flojera después del desayuno, el baño mañanero – eran como las once más o menos – me encuentro parado tomándome un café sin leche – no la encuentro – con mi taza enorme viendo atónito el espacio vacío.
-¿Y entonces?
Brillante toda aquella reflexión sobre ese espacio vacío. Ajá, entonces estoy parado como un pendejo delante de aquel espacio sin percatarme todavía, tratando de adivinar lo faltante en el transcurso de los segundos que me caen encima como ñames coloridos en tierra, de qué demonios me hace falta.
-¿Y entonces?
Que va-ca gorda. Me voy a la panadería.
-Épale portu. ¿Qué pan tienes ahí?
-Media canilla.
-Dame dos. Uno para comérmelo aquí y otro para llevar.
Qué rico el pan. Coño. Se me olvidó el teléfono. ¡Eso es, gran carajo! El teléfono… no, no es. Me estoy terminando el pan y sigo parado frente al espacio vacío donde no está donde pienso debería estar algo. Tomo el teléfono de la mesita de noche, abro la tapa y encuentro un mensaje: “Maldito desgraciado”; a lo que respondo sin chistar ¿Quién es? Lo coloco de nuevo en la mesita y prendo el televisor a ver qué está pasando en el mundo, que no es que me importe mucho tampoco, pero uno nunca sabe cuando sale algo que le pueda cambiar el día… ya va… qué vaina es esa… mierda loco…
Entonces suena el teléfono y lo agarro.
-Aló.
-Mira. Cómo que quién soy. Ya se te olvidó que tienes novia.
-Sí.
-¡¿Cómo es la vaina?!
-Que se me olvidó que tengo novia, así que por favor si de verdad soy el novio tuyo recuérdamelo porque yo tengo una pésima memoria.
-Tú si eres arrecho de verdad…
-Pero podemos hacer algo. Si tú de verdad eres la novia mía me puedes decir cómo es mi casa. Total, no creo que a una novia mía no la haya traído aquí.
-¿Tu me estás vacilando?
-Nop.
-Vives en las residencias San Soucy en Chacaito en el edificio el P… piso…
-Ok, ok. Ya va. Tampoco se tiene que enterar todo el mundo que vivo aquí.
-¿Quién coño se va a enterar?
-Mija. Tú no sabes cómo están las cosas hoy en día con eso del espionaje. Pero eso no fue lo que te pregunté. Si sabes dónde vivo lo mejor que puedo pensar yo es que eres una rolitranco e loca que quiere acosarme sexualmente.
-No puedo creer lo que estoy escuchando – imagino que se está llevando las manos a la cabeza, pero como no estoy viéndola no lo puedo asegurar.
-Pero dime cómo es mi casa por dentro.
-No puedo creer que estemos hablando otra vez de lo mismo.
-Si eres novia mía y estamos en esto hasta ahorita debe ser porque me quieres mucho. ¿Verdá mami?
-Tu puerta es marrón – suspira - y sencilla porque eres tan pichirre que no has sido capaz de poner una reja Multilock como todas las demás personas de este país…
-Ajá, continúa.
-… en lo que se entra está una mesa larga con un espejo arriba que tiene un poco de fotos, tarjetas de presentación y estampitas de santos y todas esas cosas. Después está la sala llena de muebles viejos cuya única descripción posible es que están para botarlos. A mano derecha están dos puertas. La primera y que está siempre abierta, no sé por qué, es la de la cocina que se encuentra a la izquierda. La de la derecha es una habitación. Más adelante hay dos baños y dos habitaciones más, de las cuales, la que está al final de ese pasillo la tienes como depósito de un pocotón de cachivaches viejos e inútiles que he tratado por los últimos dos años de sacarlos de allí…
-Esa vaina es mía y usted no tiene porqué botar nada…
-… el cuarto dónde tú duermes está justo a la derecha de la entrada principal, donde tienes un pequeño tarantín con periódicos y revistas viejas que y que para hacer tu archivo histórico de la nación.
-Es que así me ahorro el viaje para la Hemeroteca Nacional. Ajá. Ahora llegamos al momento decisivo. En mi cuarto hay una mesa. ¿Qué había en esa mesa?
-Tu computadora portátil…
-Gracias. Te llamo después…
Antes de colgar pensé escuchar algo así como un alarido, pero como ando medio loco últimamente ni bolas le paré. ¡Eso era coño! La computadora portátil. Y lo más arrecho es que si no estaba en mi casa, es porque estaba en otro lado – qué genial – y justo cuando veo la televisión la veo. Allí está. En una rueda de prensa ¿en dónde? ¿Y cómo hago yo para ir allá.
-Buenas. Buenas. Señorita disculpe. Buenas.
-Sí señor. En qué puedo servirle.
-Mire. Es una cosa muy seria. Necesito que me comunique con el ministro.
-De parte de quién.
-Dígale que soy un ciudadano que ha sido robado de manera intempestiva por el gobierno de Colombia.
La señorita me mira raro, y yo le aseguro que mi cara es así y que no tengo otra de repuesto porque si la tuviera la estaría usando.
-Disculpe, pero el ministro en este momento se encuentra sumamente ocupado.
-Sí. Yo sé. Y le digo que mi urgencia podrá aliviarle todos sus males de un solo guamazo.
-¿A qué se refiere?
-Esa computadora que dicen que tenía el guerrillero este, cómo es que se llama…
-Raúl Reyes.
-Esa computadora es mía.
-Señor, pero cómo es eso que esa computadora es suya.
-Porque la vi en televisión y es igualita.
-Pero señor. Si eso lo encontraron en una zona de Ecuador…
-Señorita por favor. Si esa computadora es mía se supone que debo saber dónde estaba. Ya me sé todo el cuento, pero debo comunicarme con el ministro inmediatamente antes de que todo esto se convierta en una catástrofe.
-¿Pero por qué una catástrofe?
-Señorita. Hágame caso. Yo sé – me le acerco como para darle un toquecito espeluznante al asunto – lo que le digo.
He salido disparado por las fuerzas públicas botado cual corcho de limonada. Vetado soy de la opinión pública cuando voy y les digo que el gobierno de Colombia debe devolverme mi vaina, que allí conservo lo poco que de mi limitada memoria tengo, entre algunas cosillas de valor más que todo sentimental, como las fotos de mi novia – que no me volvió a llamar, por cierto, ni yo a ella tampoco porque también el teléfono se me perdió, aunque estoy pendiente en la televisión a ver si lo veo – y de mi apartamento, pues tengo montada una imagen del antes y después de que fuera mío. Ahora divago entre calles grises y negras, sin compartir palabra con nadie, con un cartel sobre mi cabeza, tratando de hacer que mi voz somnolienta se escuche más allá de los noticieros. Que no hay derecho en que se le metan en la casa a uno y le quiten sus cosas, y de paso se la lleven a otro país porque y que eso es cosa de geopolítica. Sólo espero que no me descubran el password de los documentos secretos que tengo sobre unos cuentos que inventé sobre una invasión a trocha y mocha sobre los EE.UU de parte de una alianza estratégica de los países latinoamericanos en busca de los reales que se nos han perdido. Pero bueno. Ya está. Tengo media hora protestando pa` que me devuelvan mi vaina y ya me están mirando feo.
Ya al despertarme, encuentro en el desconcierto, cierta cosa pues, el espacio vacío delante de mí. Por un momento hago caso omiso, pues no me interesa sino dormir plácidamente acurrucado entre mi cobija amplia; sin embargo, la continuación del vicio descolocado de aquella fuerza superior que me inunda me recuerda que en ese espacio vacío había algo. Restriego mis ojos para enfocar. Veo sí, la foto de mi madre cuando la agarré descuidada con los rollos en la cabeza y metida entre las matas y con las loras volando rapases sobre su cogote, el afiche que detrás de aquel espacio donde una mujer esberta y en pantaletas blancas me muestra su boca como queriendo besarme – inanimada imagen que perturba en la noche sola – pero que no sé por qué no lo termina de hacer. A lo que voy. El espacio vacío consta ahora de un rectángulo rodeado de polvillo, un cable de alimentación principal, y artículos varios de computadora.
-¿Y entonces?
Qué ingenuo soy. Cuando logro pararme y espantar la flojera después del desayuno, el baño mañanero – eran como las once más o menos – me encuentro parado tomándome un café sin leche – no la encuentro – con mi taza enorme viendo atónito el espacio vacío.
-¿Y entonces?
Brillante toda aquella reflexión sobre ese espacio vacío. Ajá, entonces estoy parado como un pendejo delante de aquel espacio sin percatarme todavía, tratando de adivinar lo faltante en el transcurso de los segundos que me caen encima como ñames coloridos en tierra, de qué demonios me hace falta.
-¿Y entonces?
Que va-ca gorda. Me voy a la panadería.
-Épale portu. ¿Qué pan tienes ahí?
-Media canilla.
-Dame dos. Uno para comérmelo aquí y otro para llevar.
Qué rico el pan. Coño. Se me olvidó el teléfono. ¡Eso es, gran carajo! El teléfono… no, no es. Me estoy terminando el pan y sigo parado frente al espacio vacío donde no está donde pienso debería estar algo. Tomo el teléfono de la mesita de noche, abro la tapa y encuentro un mensaje: “Maldito desgraciado”; a lo que respondo sin chistar ¿Quién es? Lo coloco de nuevo en la mesita y prendo el televisor a ver qué está pasando en el mundo, que no es que me importe mucho tampoco, pero uno nunca sabe cuando sale algo que le pueda cambiar el día… ya va… qué vaina es esa… mierda loco…
Entonces suena el teléfono y lo agarro.
-Aló.
-Mira. Cómo que quién soy. Ya se te olvidó que tienes novia.
-Sí.
-¡¿Cómo es la vaina?!
-Que se me olvidó que tengo novia, así que por favor si de verdad soy el novio tuyo recuérdamelo porque yo tengo una pésima memoria.
-Tú si eres arrecho de verdad…
-Pero podemos hacer algo. Si tú de verdad eres la novia mía me puedes decir cómo es mi casa. Total, no creo que a una novia mía no la haya traído aquí.
-¿Tu me estás vacilando?
-Nop.
-Vives en las residencias San Soucy en Chacaito en el edificio el P… piso…
-Ok, ok. Ya va. Tampoco se tiene que enterar todo el mundo que vivo aquí.
-¿Quién coño se va a enterar?
-Mija. Tú no sabes cómo están las cosas hoy en día con eso del espionaje. Pero eso no fue lo que te pregunté. Si sabes dónde vivo lo mejor que puedo pensar yo es que eres una rolitranco e loca que quiere acosarme sexualmente.
-No puedo creer lo que estoy escuchando – imagino que se está llevando las manos a la cabeza, pero como no estoy viéndola no lo puedo asegurar.
-Pero dime cómo es mi casa por dentro.
-No puedo creer que estemos hablando otra vez de lo mismo.
-Si eres novia mía y estamos en esto hasta ahorita debe ser porque me quieres mucho. ¿Verdá mami?
-Tu puerta es marrón – suspira - y sencilla porque eres tan pichirre que no has sido capaz de poner una reja Multilock como todas las demás personas de este país…
-Ajá, continúa.
-… en lo que se entra está una mesa larga con un espejo arriba que tiene un poco de fotos, tarjetas de presentación y estampitas de santos y todas esas cosas. Después está la sala llena de muebles viejos cuya única descripción posible es que están para botarlos. A mano derecha están dos puertas. La primera y que está siempre abierta, no sé por qué, es la de la cocina que se encuentra a la izquierda. La de la derecha es una habitación. Más adelante hay dos baños y dos habitaciones más, de las cuales, la que está al final de ese pasillo la tienes como depósito de un pocotón de cachivaches viejos e inútiles que he tratado por los últimos dos años de sacarlos de allí…
-Esa vaina es mía y usted no tiene porqué botar nada…
-… el cuarto dónde tú duermes está justo a la derecha de la entrada principal, donde tienes un pequeño tarantín con periódicos y revistas viejas que y que para hacer tu archivo histórico de la nación.
-Es que así me ahorro el viaje para la Hemeroteca Nacional. Ajá. Ahora llegamos al momento decisivo. En mi cuarto hay una mesa. ¿Qué había en esa mesa?
-Tu computadora portátil…
-Gracias. Te llamo después…
Antes de colgar pensé escuchar algo así como un alarido, pero como ando medio loco últimamente ni bolas le paré. ¡Eso era coño! La computadora portátil. Y lo más arrecho es que si no estaba en mi casa, es porque estaba en otro lado – qué genial – y justo cuando veo la televisión la veo. Allí está. En una rueda de prensa ¿en dónde? ¿Y cómo hago yo para ir allá.
-Buenas. Buenas. Señorita disculpe. Buenas.
-Sí señor. En qué puedo servirle.
-Mire. Es una cosa muy seria. Necesito que me comunique con el ministro.
-De parte de quién.
-Dígale que soy un ciudadano que ha sido robado de manera intempestiva por el gobierno de Colombia.
La señorita me mira raro, y yo le aseguro que mi cara es así y que no tengo otra de repuesto porque si la tuviera la estaría usando.
-Disculpe, pero el ministro en este momento se encuentra sumamente ocupado.
-Sí. Yo sé. Y le digo que mi urgencia podrá aliviarle todos sus males de un solo guamazo.
-¿A qué se refiere?
-Esa computadora que dicen que tenía el guerrillero este, cómo es que se llama…
-Raúl Reyes.
-Esa computadora es mía.
-Señor, pero cómo es eso que esa computadora es suya.
-Porque la vi en televisión y es igualita.
-Pero señor. Si eso lo encontraron en una zona de Ecuador…
-Señorita por favor. Si esa computadora es mía se supone que debo saber dónde estaba. Ya me sé todo el cuento, pero debo comunicarme con el ministro inmediatamente antes de que todo esto se convierta en una catástrofe.
-¿Pero por qué una catástrofe?
-Señorita. Hágame caso. Yo sé – me le acerco como para darle un toquecito espeluznante al asunto – lo que le digo.
He salido disparado por las fuerzas públicas botado cual corcho de limonada. Vetado soy de la opinión pública cuando voy y les digo que el gobierno de Colombia debe devolverme mi vaina, que allí conservo lo poco que de mi limitada memoria tengo, entre algunas cosillas de valor más que todo sentimental, como las fotos de mi novia – que no me volvió a llamar, por cierto, ni yo a ella tampoco porque también el teléfono se me perdió, aunque estoy pendiente en la televisión a ver si lo veo – y de mi apartamento, pues tengo montada una imagen del antes y después de que fuera mío. Ahora divago entre calles grises y negras, sin compartir palabra con nadie, con un cartel sobre mi cabeza, tratando de hacer que mi voz somnolienta se escuche más allá de los noticieros. Que no hay derecho en que se le metan en la casa a uno y le quiten sus cosas, y de paso se la lleven a otro país porque y que eso es cosa de geopolítica. Sólo espero que no me descubran el password de los documentos secretos que tengo sobre unos cuentos que inventé sobre una invasión a trocha y mocha sobre los EE.UU de parte de una alianza estratégica de los países latinoamericanos en busca de los reales que se nos han perdido. Pero bueno. Ya está. Tengo media hora protestando pa` que me devuelvan mi vaina y ya me están mirando feo.
J. Gregorio Maita
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