Una limosnita por el amor de Dios que se fue y no lo volví a ver en la casa, cuando caía la tarde y se sentaba al pie de la escalera de cemento, con las sandalias propias de las pinturas que lo dibujaban en la antigüedad que revoloteaba su cabeza mientras me daba de comer. Sí, Dios se empeña en el amor y en los lazos de la probidad que me dio una navidad cuando pequeño dormitaba bajo una manga, cara, cara. Tenía los dedos bondadosos como pintan los de San Nicolás. Su regalo fue, entre otros, la vida, que sin ser eterna, ablanda las plantas de los pies, quema y enfría, redobla la voluntad y transforma los sueños, cuales epítetos amorfos colorean el futuro con toneladas de cosas vacías, para darte un suspiro de lo que debe ser, y que probablemente no sea. Lo escuchaba en sus ronquidos – no entendía media palabra – con sus ademanes circulares en su descripción del mundo, y que el mundo es el hombre y que el hombre se debe al mundo. Cuando parecía hablar de beisbol y cómo se debe agarrar la pelota, entendía que así debe agarrase una teta. Dios, gracias. Eres, por así decirlo, la patada necesaria. Ahora, ve los tumbos y los redobles de cáñamo en tambores cubiertos de sudor. Escucha mi lamento, que sin querer esbozo en papel, cuando me falta dinero para seguir tus horizontes variados. Específico fuiste cuando aleteabas con tu aliento el rumbo de mi existencia, y el mí se revienta con el sabor de boca de la espátula con que arrancaste el sello. Allá estaba mi sorpresa, y siento que no puedo continuar porque veo, en vez de claro, el oscuro nebuloso. No sé del mí ni del tú avasallante. He escarbado debajo de la tierra pensando en algo distinto que no termino de conseguir. Quieres de mí, del mí por el tú, etcétera, etcétera. Al final de este trecho de camino andado hacia algo llamado periodismo se me presenta el tropezón, y la larga duda de si quiero – que sí – o no derribar la barda o la cinta con mi pecho. Pido una limosna a los que en tu nombre llevan los carruajes del sacrosanto infierno, los que te dan la mano y te la quitan como primera cuota. Dame, dame, dame. Yo, yo, yo.
José G. Maita
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