He sido medido. Con la fuerza de la vara de los reales me escanearon el esqueleto de arriba a abajo. La fuerza superior del poder adquisitivo me miró de reojo. Su conclusión y el pasaje de salida me conservan en el sitio, frío, pensando. He nacido para pensar y por pensar me han medido, porque los pensamientos míos, pobres, chucutos, desentonan la tónica mundana del poder de la vara que me mide en los ojos de los que medianamente me conocen. La carrera es larga, y los pasos de plomo que doy no son suficientes. La caminata, cojonuda, abarca el caramelo del papel moneda, que con su ceros abarca mis pensamientos y más allá. Fui medido y reprobado por no tener nada fuera de mi cabeza, en mi cartera metidos, en la entidad bancaria calculado y sometido a tasas de interés. Sacaron mi lengua con una paleta de madera y me dijeron “Qué haces aquí mijito”. Me mostraron una poceta – benditos aquellos que se llevan el pan a la boca con el limpiar de urinarios – y les saqué un libro. Lo escupieron e