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Mostrando entradas de marzo, 2011

Paréntesis

Busco, busco, busco. No encuentro a la niña, no encuentro a la niña. Era así de pequeña, me llegaba por la cintura más o menos. Señora, señora, ¿no ha visto a una niña así de este tamaño? De ojos grandes y pelo liso castaño. Blanquita ella. Muy bonita. Mi niña, se me perdió. La tenía al lado mío y se me fue sin que me diera cuenta. Y el río suena y yo creo que se fue para allá porque le hacía gracia el río. Le dije, le dije varias veces que el río es bonito pero de lejos. El río es así mamita, le dije. Incluso le acerqué la manito para que lo tocara, pero con cuidado. Ella con calor. Todos con calor. Ella quería meterse al río. Hay gente alborotada en la orilla. Yo corro, corro y corro pensando, rogando encontrármela en el camino. No está. No la veo. Le pregunto a los vigilantes. Reportan por radio una niña que se me perdió. Qué le voy a decir a la mamá. Qué le voy a decir a mi esposa. Que se me perdió la niña. Ni de vaina. Si no encuentro a la niña o me matan o me mato. No hay de otra

Reflexión sobre Piar

Ahora, en plena fiesta bicentenaria, Guayana y su octava estrella alumbran. Esta región en contemplativa observación, no digamos como alternativa no-petrolera, como cúspide turística, y ensalzada, cual princesa a la postre de un lento, pero lentísimo desarrollo, se encuentra más que nunca a la víspera de la reflexión. Y es que para los venezolanos a veces el reflexionar significa doblar algo más que las rodillas. Valga decir, el anciano orgullo patriota, que en dosis adecuadas colma de pasión los corazones y despierta en el más inerme el valor necesario para levantarse todas las mañanas, ciega frente a nuestros ojos, como la penumbra, el abismo. Pero el pensar en el pasado que se ve tan lejos en el almanaque y tan cerca en la significación filosófica, tan momentánea y natural en nosotros que nos tardamos unas cuantas decenas de años en comprender para tratar de comprendernos, que ni es lo mismo ni se parece igualito. Somos, aquí bajo este cielo particular, en la Guayana esquiva que par

Pandemónium (La vigencia de las tinieblas en un paraíso posible)

Esta capital del infierno, en muy superior estado de gravidez, adecentó el pormenorizado cine venezolano en una época imposible. Y es esa su esencia. Más allá de lo estético, esta puesta teatral, donde Chalbaud es maestro – más que en el cine, que exige tanto del movimiento de elementos, como la quietud de los mismos, las elipsis exactas unidas a una respiración constante por parte del cineasta, o la visión del público a través de la cámara como testigo fiel de lo que no se dice – reduce en compendio errante el ideario político, confuso, ajeno y exaltado de nuestra república. Ver la película estrenada a duras penas en 1997, con caras conocidas que ahora parecen espectros fantasmales como Amalia Pérez Díaz, Orlando Urdaneta o Miguel Ángel Landa, es purificarse en las bacterias que, con los años, han cocido la mezcla en un caldo brioso y de un sentido narrativo particular. Hermosamente particular. Y es que, la ignorancia presente como espectro dubitativo de lo que somos como conglomerado