“La cultura popular tiene amigos a montones, pero en ella se colean los zorros y camaleones”
Estrofa de una canción popular
Simón Díaz ha muerto. No es una morbosa cuestión mía el que lo mataran mientras estaba observando por el rabillo del ojo un partido de fútbol y los comentaristas soltaran la bomba para desmentirla después. Exploté con ella. Me vinieron tantas cosas a la mente, como molestarme airadamente con el presidente de la república si no declaraba luto nacional por lo menos cinco años con todas las banderas habidas y por haber a media asta. Las cosas que no hice o dejé de hacer al atender a su primogénito – Simón Díaz Jr. – cuando vino a hacer su programa de música venezolana aquí en Guayana. Esa influencia, ese conglomerado de coplas, símiles y metáforas desafiantes, literariamente conectadas con una poesía más allá del yo, más allá de los ojos de los hombres de escritorio y ciudad aglomerada. Simón Díaz ha muerto como insigne venezolano, y recordaba su programa, donde era obligado respirar viéndolo como un tío, porque eso es, eso fue para mucha gente que creció viéndolo como tal.
Aquí es donde se crean los íconos culturales. Esos elementos vivos aún después de la muerte, pues su legado al mundo es una braza ardiente que no cesa nunca en su rojo quemante, ni se disipa con el ir y venir de las lluvias que caigan. El tío Simón ha muerto y ese nervio distintivo que está al lado de la bandera se me movió. Sentí la necesidad imperante de pararme de donde estaba e ir a contarle a mi mamá la mala noticia. Y aquí parte mi planteamiento que es el más simple del mundo: con mi cara de congoja le hablo a mi madre mientras mi hijo me observa y pregunta ¿Quién es Simón Díaz?
Pregunta sin respuesta. De esas cosas tácitas del mundo donde viví. Una pregunta que raya en el surrealismo. Como si me preguntaran qué es el sol o el agua. Quién es Simón Díaz y me provoca darle un coscorrón. Son milésimas de segundo pensando tantas cosas con el equilibrio en el piso por la pregunta. ¿Y qué culpa tiene el niño de no saber quién es Simón Díaz? ¿No es mía la responsabilidad? Y un poco más allá. ¿Fue mi madre conscientemente quien me enseñó quién es Simón Díaz, o fue la onda de la cultura bien habida que llegó a mí a través de los medios regulares para hacer cultura?
Simón Díaz formaba parte del repertorio musical que acumulaba polvo en la casa. Estaba allí. Podías sacar uno de esos paquetes donde guardaban los vinilos y observar a Simón Díaz terciando un cuatro. Por dios ¡Había un cuatro al alcance de la mano! Uno estertoraba llano y se imagina con Gallegos la sabana. Uno veía la bandera somnoliento, pero era incapaz de reírse de su batir incesante. Las brechas culturales se abrieron como heridas y la responsabilidad es de todos. Si le preguntan a la abuela del niño quién es Daddy Yankee no sabrá ni papa. Nuestros hijos se saben hasta la forma del tatuaje que trae ese individuo en el prepucio. Quién es Simón Díaz es la presencia del fantasma. Es la colmena de avispas debajo de la cama. La pregunta de las mil lochas. Con esa interrogante se liberó la desesperación de quien es testigo fiel de la muerte de Simón Díaz. Lo matamos, y la muerte inexacta, que a veces es peor que la física, se conecta con otro elemento más desesperante.
La Tonada llanera es tal o cual cosa. Una definición de la Tonada es imposible porque para mí es otra vaina. Es algo fuera de este mundo. El ejemplo audible de que la sencillez y el arte en su quinta esencia aplastan. Escuchar la Tonada de Simón es contemplar un cuadro magnífico. La Tonada de Simón es color y pálpito, es la respiración anhelante del sentir venezolano. Nuestro blues más contemplativo, pues su conexión con la naturaleza, el entorno en que se desenvuelve el hombre y sus dolores más profundos se encuentran contenidos en ese envase chiquitico llamado Tonada. Simón la rescató, y por ella él es lo que es, y ella es un concepto abstracto pero presente en algunos gracias a Simón. Tonada es el camino directo a la sumisión por su belleza.
Ahora, si hemos matado a Simón antes de su muerte, qué creen que pasará con la Tonada. Su reguero nutrirá la tierra sin la posibilidad de emerger otra vez más que como un objeto inanimado de estudio antropológico, si todavía somos algo parecido a un país en ese entonces. La Tonada morirá con Simón, porque en Venezuela tenemos la mala costumbre de que cuando muere el artista, el arte muere con él. ¿Dónde están los substitutos de Alí Primera (no me digan que sus hijos, por favor)? ¿Dónde está la nueva propuesta teatral a partir de lo que dejó José Ignacio Cabrujas? ¿Dónde puedo ver las vertientes en que se debió convertir el arte de Reverón? ¿Dónde están los sostenedores literarios de Miguel Otero Silva o de Arturo Uslar Pietri? ¿Dónde está el relevo del arte que sucumbió al paternalismo de estado y que ha vivido del petróleo sin crear nada?
J. Gregorio Maita
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