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El Silencio de las Ramas

Año 2034 ¿Ya volteaste a la ventana? ¿Te llama el viento, la lluvia gorda, el espeluznante sonido de las loras detrás de la pared escalonada de tú laboratorio improvisado? ¿Es el barranco de rocas bañadas en vapor lo que nace a metros de diferencia del amanecer dándote el aviso? Era ya el colmo del descuido, en tus invenciones cotidianas, hallar la manera de cambiar el mundo. ¿Preocupado por el mundo o por el periódico que no sabes si comprar por no tener la más mínima idea de qué día es? La maquinaria y el sonido disimulado del experimento. Tevines (marca registrada por la Corporación Hipermedia C.A.) listos, conectados a un sinfín de dispositivos inalámbricos pues la era del cobre a expensas del planeta fue convirtiéndose en una conducta moderada de utilización de recursos (aplica a todos los demás). Te tiembla el pulso, no por el café o el momentáneo nerviosismo, cosa genial que te derrumba al suelo del hombre que eres y que ahora piensas convertir en los anales de la historia hueca en página central. Alguien toca la puerta. Todavía es oscuro.

-Hola.

La sin respuesta empuja a la mujer a adentrarse más en la bruma. El marido respira profundo como sintiendo el tictac que avanza, y retrasa la mirada esperando que su queridísima esposa lea su mente y lo deje en paz.

-Chamo. Te estuve esperando toda la noche. No pude dormir. Llevas ya tres días metido aquí – mira el plato sobrevolado por algunas moscas – y apenas has comido.

-He tomado mucho café - se incorpora, sabe que el tiempo se reduce a una tecla, y mientras mira sonriendo a su mujer, golpea decidido a no ver lo que pasa ahora en su ya definitivo último intento.

-Sí pero eso no es bueno. Se te puede subir la tensión como la última vez – analepsis a la vez que lo encontró sentado. Apenas podía respirar.

-Y tú te vas a enfermar de una bronquitis si te sigues mojando con la lluvia – las gotas golpean el vidrio y el techo machimbrado con furia.

-¿Ya terminaste? – el hombre ve en la pantalla la barra señalándole el progreso.

-Este ya es el último intento – no deja de mirar la pantalla -. Si no me sale me voy a trabajar como chofer en la compañía de mi papá.

-Bueno. No es que no me parezca una buena idea – le parece excelente -, pero no creo que tú papá te deje hacerlo después de estar estudiando tantos años.

-¿Ves esa barra que va llenándose de azul? – se acerca la mujer. Le pasa el brazo por detrás de la cadera al marido, un beso en la mejilla y observa la pantalla de manera menos trascendental que él.

-Sí.

-Si al final me sale el mensajito de que el proceso falló irremediablemente, te lo juro por mi hijo que mando esto pal carajo. Si a mi papá no le parece entonces que se vaya a lavar ese paltó. No puedo seguir perdiendo el tiempo en güevonadas.

La barra en descripción avanza solemne. Si llega al final, aprietas el esfínter para jalar ilusoriamente la suerte en esa dificultad de estar tan en perfecta posición. Su mujer atenta, esperando otra vez el mismo color brillante y terrorífico acompañado del sonido tan chocante. Pero nada. Avanza la barra azul brillante y a su lado la forma numérica de su gloria. En las veces anteriores la interpretación de los datos, traducción de los mismos en lenguaje legible por el hombre, llegaba a un máximo de ochenta y siete por ciento. Abre los ojos un poco más cuando llega a la cifra fatídica. Los terabytes parecieran detenerse, pero por un instante se aceleran llegando a ochenta y ocho por ciento. Su sonrisa despega. Le salta la pierna, le tiemblan las manos. Su rostro por un segundo se ilumina con el escándalo del éxito. La detractora perenne veía en él el desconcierto de su alegría infinita. Predispuesta ya a meterse la lengua en el rabo lo ataja con fuerza para que no vuele más alto que el techo cayéndose por la lluvia fuerte. Cuando el número llega a noventa y nueve la barra está apenas a un espacio ínfimo, un blanco escozor que no termina de llegar. Después de la lluvia y el llanto del hombre y el cielo se unen. La fiesta acaba de comenzar. Pero

“La región de Guayana a lo largo de la historia ha presentado evidentes dificultades de desarrollo, a pesar de la inmensa cantidad de recursos que ostenta, ya algunos agotados como muchos de ustedes saben, en su superficie y subsuelo, los venezolanos y en especial los guayaneses no teníamos la motivación necesaria para convertir esta región en una verdadera alternativa de desarrollo en el continente. Hoy, conmemorando los treinta años del día de la Explosión Cultural que se diera lugar el 11 de Septiembre del año 2017, somos testigos del avance, sin comparación en el mundo de lo que es ahora y para siempre, una de las más importantes ciudades en la historia de la humanidad.”

No hay flashes. Las cámaras son ahora pequeñas esferas robotizadas que levitan manejadas a distancia, y que han alcanzado un nivel de contraste superior al ojo humano.

“El estado Bolívar puede decir ahora más fuerte que nunca que somos un orgullo nacional extraordinario. La Explosión Cultural dio el primer paso para entender las miles de posibilidades que nos ofrecía la naturaleza. En un momento, cuando sólo existía un puente que unía a esta región con el resto del país, ahora podemos ver el desarrollo de nueve superestructuras que cruzan el majestuoso Orinoco. La nueva capital de Venezuela, Venelia, fundada en el 2015 con la fusión en el centro del país de Caicara del Orinoco en el estado Bolívar, y el pueblo de Cabruta en el estado Guárico. Llegaron las experiencias e inversiones de países extranjeros, la transferencia tecnológica que diera inicio en la primera década de este milenio y que por consiguiente – interlocutor emocionado – nos llevó a este nivel científico y tecnológico convirtiendo a nuestro país en una potencia mundial. Además está lo ya conocido por todos ustedes que tan gentilmente nos acompañan en esta rueda de prensa en el auditorio de nuestra universidad – estructura futurista de gran envergadura -, las Artes como patrimonio nos dio el puente y la proyección a nivel mundial. Guayana, ahora convertida en meca del cine, el teatro, la literatura, la plástica, la música, el desarrollo tecnológico y científico, en fin – un suspiro más largo para el pecho que se expande -, Paris, Roma y Hollywood han reposado aquí en nuestros dominios sus legados, los cuales, orgullosos recibimos y renovamos – aplausos a lo largo y ancho de la urbe, pantallas flotantes que se desprenden proyectadas en todos los rincones, la población conectada a sus tevines -. En este momento estamos acompañados por el doctor – el hombre mira a su esposa contraída por la luminiscencia del alboroto por su descubrimiento -… el cual nos explicará a la sociedad entera, desde su alma mater, qué fue lo que descubrió y cuáles pudieran ser las ventajas de tamaño descubrimiento – el micrófono, punto rojo que flota se aparta y le indica al doctor.

-Hable ahora. Disfrute el momento mijo.

-Gracias profe – aclara garganta.

“Antes que nada me gustaría agradecer al profesor Martínez aquí presente por su apoyo incondicional en este proyecto. A mi esposa, mi hijo que no pudo venir por razones de horario y responsabilidad ya con la escuela, a mi familia, mi padre que tampoco pudo venir, mi mamá que vive en Venelia y que lo más probable es que me esté viendo – risas en pantallas de flexicristal desplegadas frente a él donde se asoman imágenes de periodistas de todo el mundo que transmiten simultáneamente, que traducen simultáneamente -, y a esta ciudad que me vio nacer hace ya unos cuantos años y que me brindó la oportunidad de desarrollarme dentro de esta especialidad, de la cual sale precisamente este descubrimiento que estamos a punto de dar a conocer a la opinión pública. Ahora si me gustaría que prestaran un poco de atención a lo que voy a decir para que puedan entender a groso modo lo que significa. Bien es sabido por nosotros que el hombre ha desarrollado una serie de códigos lingüísticos a través de la historia para poder comunicarse – poco a poco se fue haciendo el silencio acallándose los susurros de la hipercomunicación -. Pues de la misma forma en que nosotros los seres humanos desarrollamos un sistema de signos para codificar y decodificar un mensaje, la naturaleza tiene el suyo, y es eso por lo cual estamos aquí – pausa de suspenso -. Se despertó este interés en mí siendo aún muy joven cuando apenas comenzaba en la universidad la carrera de biotecnología informática. A lo largo de la carrera se hizo más presente el estudio de las teorías de la bioética y lo concerniente a la vida natural, tan golpeada incluso hoy en día en nuestro planeta. Esa vinculación permanente con el entorno me hizo reflexionar sobre la posibilidad que pudiéramos tener los seres humanos para comunicarnos con el medio ambiente. En su momento me pareció una locura, y les ruego que me dejen terminar para poder responder a sus preguntas – habló el hombre -, pero esa idea rondó por mi cabeza por un largo tiempo, hasta que logré descifrar un código insertado en la savia de los árboles que permite, con la debida descodificación, recolectar información, incluso audiovisual de los mismos sobre lo que pudiera haber ocurrido en su entorno a lo largo de su vida con una increíble exactitud. De la misma forma en que las computadoras al principio se desarrollaron bajo el sistema binario, este complejo sistema, muy superior al utilizado por las computadoras que ya mencioné, está determinado también por fases numéricas muy similares a las nuestras, lo cual indica cuan interrelacionados estamos con nuestro planeta. Ahora, si bien la intención del experimento era el de encontrar la manera más rápida de aprender de la naturaleza haciendo que ella nos hable de sí misma, quedé muy sorprendido cuando descubrí que la información que me daba la savia de la mata de mango de mi casa, que fue la casa de mi bisabuela y que ha pertenecido a mi familia desde entonces, era audiovisual. Por supuesto que el espectro audiovisual que se mostró en la pantalla de mi tevín fue una interpretación monocromática en verde de hechos que incluso para mi padre estaban olvidados, pero que efectivamente fueron verdaderos y ocurrieron hace muchos años atrás. De igual forma hicimos pruebas repetidas con árboles que circundan esta universidad y nos encontramos con evidencias de lo que fue el proceso de construcción de varios edificios, incluso este en el que estamos ahora – el público desconcertado, se miran las caras -. Dichas imágenes vienen acompañadas con lo que es una serie de sonidos que requirieron una interpretación más profunda y exhaustiva para poder reproducir sonidos reales que pudieran entenderse. Uniendo ambos de manera sencilla como lo sería con un programa de edición donde sincronizamos video y audio y tenemos un ejemplo como este…”

Una pareja reuniéndose. Hablaban murmurando, como escondidos sobre reunirse en alguna otra parte. El audio era fatal pero entendible y la monocromía en verde apenas dejaba detallar los rasgos de ambos. Se alejan del banco mientras un gran brazo mecánico desplaza una gran pieza de acero al edificio que está por terminarse. Lejos, tal vez en otra ciudad, un hombre se eriza, le duele el brazo y el pecho, cae al suelo al ver el video primitivo en su tevín con la imagen de su amada esposa y un amigo cercano.

“Aquí podemos observar como una pareja se reúne para ir a hacer ‘cositas’ – risas – mientras se muestra como se construye una parte final de lo que sería después la estructura donde nos encontramos en este momento – panean el entorno-. Ahora, ya mostrado esto y dando chance a que el profesor se acomode para la ronda de preguntas, debemos entender algo aquí. La naturaleza no nos hablará de ella misma gracias a este nuevo método de investigación, sino que hablará sobre nosotros. De igual forma sospechamos que buena parte de esa información ha sido heredada de alguna manera. En algunos de los árboles que hemos analizado hemos encontrado información incluso más antigua que la edad de los árboles estudiados, lo que a mí humilde entender significa que esta codificación es heredada de árboles más viejos que también heredaron de otros aún más viejos – toma agua -. Esto sin duda, y en eso estamos de acuerdo todo el equipo de trabajo de la universidad, cambiará para siempre la apreciación que tenemos sobre la historia del hombre en la tierra pues podremos saber con exactitud, por ejemplo, episodios difusos de la humanidad con mayor fidelidad que la de los libros, etc…”

El mundo sentenciado. Los secretos convertidos en folletos abiertos en ramas que batiéndose al viento permanecían calladas ante la figura de un viejo que arrebata a una jovencita, la tira al suelo, la aplasta, la machaca con su voz, sus puños. Ahora el viejo, liberado de culpa por caminos pedregosos arremete contra el árbol. En la mayoría de las casas de gobierno del mundo, hombres y mujeres de escaños políticos de cúspides nebulosas armados con hachas conservadas y roídas en el tiempo caminan desesperados, acabando con los árboles alrededor. Otros, apartando sus desvelos, remontándose a esas vidas que algún día tuvieron, pudieron entender la importancia de tan vetusta vida, que verde los llamaba a defenderlas por encima de los intentos por derribarlos. Así, la gran matanza. Troncos pesados caen sin remedio a los pies de masas asustadas porque se sepan sus secretos más íntimos. Las religiones del mundo son punta de lanza en la caza de flora robusta matándola como si nada. Y en la quemazón el mundo arde también. Las temperaturas aumentan de manera vertiginosa a niveles apenas tolerables en las zonas cercanas al ecuador y el frío se ensaña con los países nórdicos. El oxígeno escasea y los mismos que cortan y cortan sin descanso se cansan cada vez más en su trajín. Sin embargo los árboles siguen cayendo mientras una espesa capa de humo corroe el planeta.

-Papá – el muchacho preocupado -. Tengo miedo de las luces.

-Tranquilo chamín. A ti nada te va a pasar – unas luces recorren los espacios, unas luces se acercan suavemente. La decisión soberana del mundo de desaparecer el descubrimiento, de internalizar en los que vieron la rueda de prensa que no era más que una mentira de una cuerda de locos que buscaban subsidios con buena publicidad. Los descubridores, crucificados, silenciados, cuidadosamente halados para que sus hijos no se dieran cuenta de que sería la última vez que los verían. Así marchaba el fin de las eras.

J. Gregorio Maita

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