Se tomó un suspiro corto y violento, y un hilo de saliva salió disparado de su boca directo a parabrisas. Levantó su dedo para limpiar la gota y del otro lado el cielo secretó una gruesa lluvia dándole la bienvenida. Ya eran las tres y cuarto y las bolsas del mercado se calentaban con el vapor del choque violento de temperaturas ambientales. La puerta al sótano y el estacionamiento distantes, y el dolor en las rodillas la hicieron pensar en un reposo corto mientras escampaba la tarde ya pesada. Se le calentaba la cabeza de pensar que su descanso inoportuno no le daría tiempo de cerrar la puerta corrediza del balcón que dejó abierta por nunca imaginarse tal aspaviento repentino del clima extraño. El viento – pensaba – entraría directo a la sala, llevando la lluvia consigo hacia la alfombra inmensa, los muebles nuevos y la mesita con los corotos de porcelana. El radio encendido le daba la hora, tres y diecisiete minutos ya; lleva casi veinte minutos de retardo a su planificación rutinari