¿Has ocultado la sombra detrás de la pose del soldado? Parado allí, sucinto, calmada la conciencia, grave en la expresión, firme en el porvenir de su futuro inmediato. Él fue un niño de diez años, cuando todos lo fuimos. Frente al pizarrón amortizaba el miedo a los números, cuando nosotros huíamos de las matemáticas apilados detrás de una montaña de pupitres. Con la tiza en mano, arma blanca, polvo comprimido en cilindros con punta cónica, todavía a cuestas el sueño de pararse temprano, escribía un 4. La forma espacial del tal y como la había practicado durante tanto tiempo. Una raya de arriba hacia abajo y ligeramente inclinada a la derecha, otra perpendicular que apenas tocada el nodo inferior de la anterior, y ésta cruzada por otra más grande, del doble de la longitud de la primera en inequívoca verticalidad. Un 4. Un número 4 legible, entendible, sumable, restable, multiplicable y dividible. Un 4 que en nada se parecía a los otros números. Un 4 normal, común y corriente, que abst