¡Ay! Qué desorden, qué calamidad. El silencio y el olor a encierro como la perpetuación del tiempo en cuatro paredes. Vino y se fue la bonanza y tal, como la brisa que pasó hace como cuatro días a las tres de la tarde. Pero vean ustedes, damas y caballeros que esto leen, a este ser tan desposeído de humanidad. Parece, y que me perdone el dios de lo cursi, este espíritu atolondrado, una simple rama seca. Miren lo flaco, canoso, barbudo, sucio, lo ruin. Amarrado a una silla, a una posición delante del monitor pantalla metido en internet como si estuviera metido en la entrepierna de Susana -Shhhhh. Necesito silencio para concentrarme – mira el techo detrás de él. El techo es un espacio vacío. Concentrarse en qué. Pensarán ustedes que, con todas la diligencias y ocupaciones, pudieran entretenerse en otra cosa, pero hay que pensar que la locura, porque esto es una locura, es un mal concentrado en semejante esperpento. (Lean más bajito por favor, para no interrumpir su concentrada intención)