El centro lleno de ruidos y lamentos. Si la situación y el desconsuelo se crecen, vaya a saber el paradero de los rezos proféticos, de las desgracias y los comensales con la comida en la puerta de la garganta. Algunos que vomitan en sus casas, en aquellos centros troquelados por el aire frío que circunstancialmente venía y devenía, como yéndose y encontrándose con las paredes pedregosas y ásperas, en su sentido opuesto a través de las orillas, de esas pequeñas aberturas desproporcionadas. La lluvia que no deja salir ni meterse, porque meterse en sus casas es despegar en el sueño profundo del cansancio de media semana, porque salir es encontrarse con fantasmas espantosos, con miedos reservados pero que se calan igualito en el corazón con clavos, permeando la poca paciencia, que pareciera ya una estera de bostezos, y Dios parado tal y como zombie, tú, creador del cielo y de la tierra con tus manos entumecidas en puños cerrados con fuerza, aferrándote al aire, al campo sembrado de tú glor